Diario de Ana y Mía

Crítica de Gaspar Zimerman - Clarín

Cuando ser princesa es doloroso

¿Quiénes son Ana y Mía? Recién al promediar la película se confirman las sospechas, así que si alguien prefiere la sorpresa de enterarse frente a la pantalla del cine, mejor que deje de leer estas líneas. El documental retrata la vida cotidiana de cuatro mujeres que, en principio, tienen un punto en común: la frecuentación de páginas de Internet y chats en los que se menciona insistentemente a Ana y a Mía y se dan consejos para llegar a convertirse en “princesas”. De a poco, vamos entendiendo que Ana es un eufemismo para la anorexia y las anoréxicas, y Mía, para la bulimia y las bulímicas.

Uno de los puntos fuertes de Diario de Ana y Mía es que los casos que muestra son variados a nivel etario y social: hay dos adolescentes y dos adultas, de clase media baja y media alta. Todas son conscientes de su enfermedad y tratan de sobrellevarla lo mejor posible mientras intentan seguir adelante con sus actividades cotidianas. Ellas son las únicas que hablan: no hay relato en off ni palabras de especialistas. El objetivo, logrado, es darles voz a enfermas que en general sufren en silencio, por vergüenza y ocultamiento o por lo difícil que suele resultar detectar los trastornos alimenticios.

Su único canal de desahogo, cuentan, son los mencionados sitios de Internet, que suelen hacer apología de la delgadez y las dietas extremas. Páginas que sugieren que, para reconocerse entre sí en la calle, las seguidoras usen una pulsera roja o morada según sean Ana o Mía. Un submundo desconocido, que el documental revela mostrando capturas de las páginas y de los díálogos virtuales, pero sin profundizar. La película nos deja con curiosidad y ganas de saber más acerca de esos sitios y sus creadoras, sobre todo cuando, después de una hora de película, el retrato de las cuatro protagonistas se vuelve un tanto repetitivo.