Diamante

Crítica de Santiago Berisso - EscribiendoCine

Silencio de río

La vida a orillas del Paraná, enmarcada en una familia. El director entrerriano Emiliano Grieco se introduce como un espectador silencioso en la humilde vida de Ezequiel, a quien vemos crecer –al iniciar el rodaje tenía catorce años. Hoy, dieciseis– a lo largo de un viaje documental llamado Diamante (2013), que cierra la boca para que la experiencia se dé pura y exclusivamente a través de ojos y oídos.

Ezequiel y Sandra, su madre, viven junto a su familia a metros de las costas del río Paraná y a pocos kilómetros de la homónima ciudad. Allí nos adentramos para conocer la cotidianeidad de Ezequiel, quien sale a pescar junto a su padre, camina por los selváticos paisajes que lo rodean o aprende a matar un ave. Tanto a él, como a su familia, los vemos en el quehacer diario que no entiende de las verborragias urbanas, y en un ambiente despojado tanto de distracciones materiales como de recursos indispensables.

En poco más de una hora, Diamante nos invita a experimentar una suerte de expedición íntima hacia el día a día del Paraná. Los tiempos son los del río, las hojas, las nubes anaranjadas del atardecer y la pesca. Aquellos tiempos que no transcurren. Grieco interpela directamente a la más atenta sensibilidad del espectador. De alguna manera quiere que sintamos este trabajo con la misma parsimonia con que él lo realizó.

Está claro que aquellos que esperan ver un documental que cuente con una voz en off que narre determinados aspectos de la historia que estamos viendo, o en el que haya entrevistas formales con planos hiper pensados, se irá definitivamente defraudado. Lo fundamental es entrar en el código que el film nos propone.

Con Diamante, estaremos probablemente ante una de las mejores fotografías –planos detalle principalmente– del género documental de los últimos tiempos. A través de un gran trabajo de posproducción, en el que pulió los sonidos captados del ambiente, Emiliano Grieco nos lleva por la superficie de estas aguas, haciéndonos casi olvidar que hay una pantalla como intermediaria. Hay atardeceres de un irreproducible degradé, hojas invadidas por los rayos del sol, o cielos manchados por inimaginables nubes que parecen sacados de un cuadro de Claude Monet, más que de una película.

Más allá de que es un estilo buscado, escuchar las vivencias de la familia y no sólo observarlas, no habría malogrado el tono del documental. Nos quedamos con ganas de conocer más a Ezequiel y a su familia. Todo está en manos del espectador, quien deberá determinar si lo que quiere es escuchar una historia de vida o sentirla, en el significado más literal de la palabra.