Día de los enamorados

Crítica de Marcelo Pavazza - Crítica Digital

El moño que le ¿faltaba? a San Valentín

En asunto de festejos, los norteamericanos –se sabe– tienen todo muy compartimentado. Están la Navidad, el Año Nuevo, Halloween, el Día de Acción de Gracias, y así. Pero además, cada festividad requiere a quienes las celebran la labor de ponerse “en modo de”. Cada 14 de febrero, día de San Valentín, por ejemplo, el tema es celebrar el amor. Algo que pone en marcha una maquinaria comercial increíble, basada en obsequios, invitaciones a cenar y actividades ad hoc. Pero parece que la cosa no estaba completa: faltaba (¿faltaba?) la película.

Tan edulcorada como los bombones que los tórtolos se regalan, y tan recargada como algunos de los arreglos florales que, por miles, reparten ese día los agradecidos floristas en domicilios y oficinas, Día de los enamorados es menos una película que otro elemento más a la hora de las invitaciones. Es decir, a los regalitos varios, el norteamericano medio les puede adosar una invitación a ver un film en el que, claro, no tardará en verse reflejado. A no ser que se sea un perdedor en materia sentimental, situación a la que, un poco perversamente, el Día de San Valentín también parece apuntar.

A cargo de Garry Marshall (un director que, de apoco, va desvaneciéndose hasta desaparecer), e inscripta formalmente en eso llamado “estructura coral” –multiplicidad de personajes entrando y saliendo del relato y, en algún momento, necesariamente relacionados entre sí– la película imbrica situaciones y personajes valiéndose de una constelación de estrellas que hacen su numerito y ya. Un artefacto de factura simple, hecho de una suma de historias que, juntas, no terminan de hacer una sola, de tan abarcativa que se pretende. La película cuenta amores frustrados y/o consumados, desilusiones pasajeras, un debut sexual accidentado, amigos que se aman, gente que reniega del festejo, hombres saliendo del placard, entre otras cosas, con aliento conservador y ánimo de cerrar todo (no sea cosa que no haya beso a la salida de la sala) con un moño en forma de corazón. Eso sí, de paso, deja el cine para la próxima. Total, lo único que importa es el amor.