Día de la Independencia: Contraataque

Crítica de Lucas Moreno - La Voz del Interior

Lejos del impacto de su predecesora, el contraataque alienígena de Día de la Independencia se desintegra en una seguidilla distracciones visuales.

Tras la catástrofe del 4 de julio de 1996, los humanos y los extraterrestres se volvieron más tontos. Los primeros viven un fervor New Age, una paz mundial aggiornada por la tecnología que dejaron los extraterrestres, mientras que estos fueron enjaulados en un Área 51 convertida en manicomio, perdieron cualquier capacidad estratégica y caen en las trampas de siempre.

Día de la Independencia: Contraataque es un filme insólito que va de la estupidez a la parodia. Vaivén que sirve como escudo protector: nos desconcierta que una megaproducción esté narrada con tanta desidia, pero al mismo tiempo sabemos que un director como Roland Emmerich carece de astucia humorística. En el beneficio de la duda, la película se desintegra sin indignación ni entusiasmo, con distracciones visuales y comicidades aisladas.

Esta anemia dramática o desgracia autorreferencial responde a una generación imprecisa. Porque Día de la Independencia: Contraataque parece una parodia enfocada a un público virgen, y allí está su encrucijada: no se sustenta como pieza autónoma ni se retroalimenta lúdicamente de su predecesora; como sí supo hacerlo El Despertar de la Fuerza, la séptima de Staw Wars, alquimia perfecta entre reboot, remake y secuela.

Conservan al elenco que sobrevivió hace 20 años, exceptuando a Will Smith. La vacante de galán es ocupada por Liam Hemsworth, mientras que Charlotte Gainsbourg interpreta a una psicóloga jungiana especializada en cultura alienígena. También agregaron a una mujer presidente con síndrome de hubris y a un guerrillero africano equipado con machetes.

Las subtramas se alternan caprichosas, y en medio de la destrucción masiva todos acaban cruzándose como si estuvieran en el hall de un hotel. Emmerich se confía y no regenera la atmósfera de peligro; el nuevo ovni tiene un diámetro de cinco mil kilómetros y lo único que hace es estacionar en el Océano Atlántico. Después se baja un extraterrestre gigante onda Godzilla y corretea un bus escolar por el desierto.

La novedad es un marcianito esférico idéntico a Eva, de Wall-E, que regala sabiduría, propone viajes intergalácticos e insinúa una tercera entrega. “Yeah”, dice Liam Hemsworth abrazando a su chica, y esta vergüenza pochoclera termina hasta previo aviso.