Día de la Independencia: Contraataque

Crítica de Juan Ignacio Novak - El Litoral

Veinte años no es nada

El director Roland Emmerich debe ser un apasionado de las películas de ciencia ficción de Clase B, esas mismas que en los ‘50, durante la fase más crítica de la Guerra Fría, dominaron el cine occidental. Esto se advierte en la concepción de “Día de la Independencia” (1996), en la que rinde homenaje (es cierto, con una partida de muchísimos millones de dólares que lo habrá eximido de recurrir a la creatividad a la hora de manejar el presupuesto) a aquellos viejos y algunos gloriosos filmes. Y también se nota en “Día de la Independencia: Contraataque”, aunque esta vez renuncie, lamentablemente, a la simulada seriedad, el excesivo patriotismo y el humor ingenuo que hicieron tan satisfactoria, en términos de entretenimiento masivo, a la primera.
Es cierto que en esta secuela falta un engranaje esencial como el carisma de Will Smith, pero también lo es que el oficio de actores como Jeff Goldblum, Bill Pullman, Judd Hirsch y William Fichtner consigue compensar esa pérdida.
Aunque los efectos visuales (sobre todo si se la ve en 3D) son en verdad fenomenales, no hay ninguna novedad en esta segunda parte de “Día de la Independencia”. Los guionistas se aferran con convicción a todos los tópicos posibles del género y no asumen el más mínimo riesgo, al punto de repetir paso por paso la misma fórmula que tan bien les funcionó, en términos económicos, en los ‘90.
Tal como en otras películas de Emmerich (“El día después de mañana” y “2012”, entre otras), hay varios personajes cuyas historias se entrelazan para confluir al producirse el clímax, en este caso el enfrentamiento final con los alienígenas. También están, debidamente administradas, las frases completamente huecas pero irresistibles que suelta cada uno de ellos. “Definitivamente, es más grande que la anterior”, dice David, ex genio de la informática devenido en autoridad mundial sobre extraterrestres, cuando mira desde la llegada de la flota invasora. “Se metieron con la especie equivocada”, enfatiza la presidente Lanford, de pelo corto y gran manejo de grupos ante situaciones extremas. “Acá tenés tu encuentro cercano del tercer tipo”, remarca el audaz aviador Dylan Hiller, en el medio de un lanzamiento de misiles. Sin embargo, la mejor de todas las sentencias es la que le corresponde al insólito Dr. Brakish Okun sobre el final: “Vamos a patearle el trasero a los E.T.”. Toda una sutileza.
Predominio visual
En esta nueva entrega, la acción se sitúa veinte años después de los sucesos catastróficos de 1996. La humanidad, devastada por el ataque extraterrestre, logró resurgir y los líderes del mundo (obviamente encabezados por Estados Unidos, que tiene a su cargo la organización de los festejos por el nuevo aniversario) decidieron utilizar los avances obtenidos de los invasores para unificar un sistema de protección con base en la superficie de la Luna.
Sin embargo, cuando los alienígenas vuelven a atacar, todas las defensas desarrolladas parecen escasas ante las nuevas fuerzas destructivas. “Usamos su tecnología para fortalecer nuestro planeta. Pero no será suficiente”, dice uno de los personajes, con lógica desazón.
No vale la pena describir más detalles del argumento. No es más que una excusa para introducir a los espectadores en una montaña rusa altísima, imparable. Poco importa lo que se narra, lo que vale es la inmensidad y la espectacularidad. Las nuevas caras que incorpora el film (Liam Hemsworth, Maika Monroe, Jessie T. Usher, Angelababy) se subordinan con astucia al protagonismo que brindan los efectos especiales, lo cual en la práctica resulta muy apropiado. Y en definitiva, no es más que eso: el placer de mirar los fuegos artificiales. Su fulgor es tan intenso como efímero.