Destrucción

Crítica de Miguel Angel Silva - Leedor.com

A esta altura, nadie podría ignorar las aptitudes actorales de una figura como Nicole Kidman. Si bien su figura glamorosa y su matrimonio con Tom Cruise muchas veces opacaron su extensa y valiosa carrera cinematográfica, lo cierto es que eso no impide que cada tanto nos podamos sorprender con una actuación memorable y deslumbrante que vuelve a ponerla en foco como una de las actrices más versátiles de Hollywood.

Lo hizo en Retrato de una Dama (1996) de Jane Campion, en Los Otros (2001) de Alejandro Amenábar, en Las Horas (2002) de Stephen Daldry —por el que obtuvo el Oscar a la Mejor Actriz—, en Dogville (2003) de Lars Von Trier, en Birth (2004) de Jonathan Glazer —en donde la cámara se detiene sobre su rostro durante más de dos minutos para exprimir todas sus facetas emocionales que es digno de mérito—, y en The Beguiled (2017) de Sofía Coppola, sin olvidar esa suerte de obra póstuma del gran Stanley Kubrick que fue Eyes Wide Shut (1999) en donde actuó junto a su esposo —en ese entonces— Tom Cruise.

Ahora, de la mano de la directora Karin Kusama, Kidman vuelve a sorprendernos en el papel de la detective Erin Bell que decide saldar viejas cuentas con un pasado que la llevó a la ruina personal y afectiva, para de ahí en más redimirse y lograr esa paz que le fue arrebatada por el deseo de alcanzar un sueño que estaba fuera de sus principios éticos y morales. Bell, diez años atrás, había sido elegida por el FBI para infiltrarse en una banda de ladrones de bancos. Allí ya se encontraba el agente Chris (Sebastián Stan) haciendo el trabajo de inteligencia. Una vez allí, ambos se enamoran y es allí, en que Bell decide jugar, junto a Chris, su propio juego. Quedarse sin que nadie se diese cuenta con parte del botín de un futuro asalto, avisar luego a sus jefes del FBI del operativo —es decir, llenar las formalidades e informes burocráticos— y, luego de unos meses, renunciar a la policía. Un plan perfecto que termina en tragedia. Una tragedia que la va a acosar durante los próximos diez años de su vida y de la que no puede salir, utilizando al alcohol como medio de evasión, a la culpa como medio de autodestrucción y al distanciamiento de su hija adolescente como medio de autoflagelación. Pero esta inmolación lenta y eficaz se detiene al aparecer nuevamente en escena Silas, el jefe de esa banda criminal que ella conoce tan bien, hoy dispersa y oculta, por lo que decide volver a poner en funcionamiento su débil cuerpo atormentado. En este sentido, Destrucción (2018) alude no a lo que se supondría un título efectista, sino a la acción destructora del dios hindú Shiva, que luego de la creación del mundo por Brahmá y de la protección de Visnú, tiene por misión arrasar con todo lo creado, en cíclicos procesos de resurrección.

Lo asombroso de este nuevo film de Kusama es cómo logra narrar una historia en donde el tiempo presente es casi nulo. En cómo todas las piezas encajan a la perfección en los últimos minutos de la película. En cómo caemos en la cuenta de que estuvimos viendo un enorme flashback que se encontraba dentro de otro enorme flashback más complejo y contundente. Una narración impecable e inteligente —más allá de si la historia en sí no tiene mucho de original —que es posible gracias a la maestría de los guionistas Phil Hay y Matt Manfredi y, obviamente, a la gran dirección de Kusama. Porque más allá de tener en cuadro a la inmensa Kidman en casi todo el film, las escenas de violencia, esto es uno de los asaltos a un banco, está filmado y coreografiado de una manera tan realista como contundente.

Se ha hablado mucho de la transformación física que realiza Nicole Kidman en el antes y después de la detective Bell. Si bien, al principio su figura totalmente devastada y envejecida contrasta de una manera increíble con lo que era diez años atrás, el maquillaje es solo un efecto. Lo valioso de su interpretación es ese andar agobiado, dolorido, con un cuerpo lacerado por golpes mortales —de eso nos vamos a dar cuenta después—, cansino y falto de toda esperanza. Una sombra, una sombra trágica que incomoda a sus propios compañeros de la policía, que ven en ella el punto máximo del sufrimiento. Un espejo al que no quieren mirar, quizás, para no verse reflejado en él.

Kusama vuelve de la mejor manera posible, y digo vuelve porque tras un debut totalmente auspicioso con su primer film, Girlfight (2000) que obtuvo el Primer Premio a mejor Dirección en el Sundance Festival, sus siguientes películas empezaron a ir cuesta abajo. Aeon Flux (2005) con Charlize Theron y basada en una serie de dibujos animado japonés, fue un fracaso tanto de crítica como de público. Jennifer´s Body (2009), película que conjugaba el misterio con lo fantástico tuvo un mejor recibimiento, y La Invitación (2006) aterrizó de la mejor manera posible en el Festival de Sitges, ganando el Premio como Mejor Película.

Con Destrucción, Kusama vuelve al ruedo de una manera brillante e inteligente. De hecho Nicole Kidman estuvo nominada al Globo de Oro por esta película —lo ganó Lady Gaga por A star is Born (2018) y es candidata al Oscar 2018 como Mejor Actriz Principal.

Una historia sobre cómo hacer justicia con mano propia, sí. Un thriller negro, muy negro, sí. Una película más sobre el derrumbe de uno de los protagonistas que tienen al pasado pendiendo sobre sus cabezas como una espada de Damocles, sí. Un film de acción, sí. Una película de bandas de delincuentes estereotipadas y lleno de lugares comunes, sí. Es todo eso, pero de un lado de la pantalla está el manejo impecable del tiempo de esta directora graduada en la Escuela de Cine de Nueva York y del otro, la inoxidable Nicole Kidman, en una de las mejores interpretaciones de toda su carrera cinematográfica. Y con esas dos conjunciones de planetas, sin olvidar el sofisticado guión que tiene un giro inesperado sobre el final, es más que suficiente para seguir de cerca los próximos pasos de Kusama y seguir acompañando a una Kidman que siempre está dispuesta a arriesgarlo todo.