Destino anunciado

Crítica de Pedro Squillaci - La Capital

A redimir el pasado

Pocho es un hombre gris y obsesivo hasta la médula. Es chofer de un micro de larga distancia, acusa 55 años, y parece que tiene todo bajo control. Pero no. Hay algo que lo persigue. Y es un recuerdo. Se remonta a los años de plomo, cuando tuvo una chance de salvarle la vida a una joven y no lo hizo. Cada vez que su mente descansa, ese momento lo desvela. Una y otra, y otra vez más. Juan Dickinson, el director de “Destino anunciado”, tomó como nudo dramático esa angustia del personaje protagónico, encarnado con simpleza y efectividad de recursos por Luis Machín. Y partió desde ese trauma para contar el presente de Pocho, que viaja diariamente hacia el norte del país, en compañía de Olivo, un colega impresentable aunque aparentemente la va de simpático (logrado rol de Manuel Vicente). El respiro que tiene ese andar por las desoladas rutas es ese ratito en el parador, a veces al mediodía, otras a la hora de la merienda. Allí la verá a Clarita (Celeste Gerez), una moza joven que siempre le tira buena onda y hasta es capaz de cambiarle el humor opaco de rutina con su sonrisa plena. Ella le devuelve con su afecto una imagen que él desconoce de sí mismo. Pero un mediodía, casi como cualquier otro, Clarita no está más en el parador rutero, y nadie le explica por qué. Para Pocho, a partir de allí, nada será igual. La búsqueda de la verdad de esa ausencia lo llevará por caminos insospechados, pero, sin embargo, lo ayudará a encontrarse con lo mejor de sí y, quizá, a saldar aquella vieja deuda del pasado. Dickinson hilvanó un relato austero e intimista, que no pierde la dinámica, y tuvo la habilidad para pintar a través de los roles protagonistas dos valores morales antagónicos de la condición humana.