Desterro

Crítica de Astrid Riehn - La Nación

Desterro busca lo trascendental en la vida cotidiana

El film de la brasileña María Clara Escobar se luce por la belleza de la composición de sus planos, aunque su narración fragmentaria y algún subrayado emocional conspiran contra el resultado final

Un hombre y una mujer conversan en la cocina mientras desayunan. La mujer comenta que un cometa pasará cerca de la Tierra y que si desvía su camino explotará todo. Él asegura que si va a morir prefiere no enterarse. Ella, en cambio, dice que no tendría problemas en ver a la muerte llegar. Lo único que no quiere es morir ahogada. Y a diferencia de su compañero, cree que siempre es mejor saber. La escena funciona como un anticipo, ya que el mundo que está por colapsar es el de esa pareja de clase media brasileña con un pequeño hijo en común conformada por Laura (Carla Kinzo) e Israel (Otto Jr.).

Esta frágil estabilidad llega a su fin cuando Laura desaparece de un día al otro. Poco después, Israel se entera de que murió en la Argentina. Desterro (“Destierro” en castellano), escrita y dirigida por la brasileña María Clara Escobar, es una película elíptica cuyo sentido se construye a través de esos diálogos en apariencia banales e inconexos como los que la pareja sostiene durante el desayuno, que van desde la necesidad de que el niño coma papaya para ir al baño hasta por qué se le dice “luna de miel” a la luna de miel, y que dan cuenta de la desconexión entre ambos. Algo que la directora reafirma haciéndolos dialogar sentados a la misma mesa pero sin cruzar jamás sus miradas, desfasados el uno del otro. La disposición de los cuerpos y lo que cada uno de los personajes hace con ellos es central en esta película, que tuvo su estreno en el Festival de Rotterdam de 2020. Es por eso que el brusco salto de Israel a la pileta en la que Laura y su hijito están flotando plácidamente aporta más información acerca de la distancia que los separa que cualquier declamación redonda y frontal. Lo mismo sucede con la liberadora danza de Laura al ritmo del tema “Ana María”, del trío Odemira, en un bolichón de ruta, en una lograda escena que remite al baile final de Denis Lavant en Bella tarea, de Claire Denis.

Por su carácter fragmentario y no lineal y la belleza de la composición de sus planos, la primera ficción de Escobar –quien entre otras cosas escribió el guion de la celebrada Historias que solo existen al ser recordadas, de Julia Murat (2011)– recuerda al cine de Angela Schanelec, sobre todo a su última película, Estaba en casa, pero... (2019). Sin embargo, mientras que en la película de la cineasta alemana desaparecía un niño que retornaba al hogar, en esta coproducción argentino-brasileña la protagonista se embarca en un destierro impulsado, probablemente, por ese miedo a morir ahogada que manifiesta al principio del film. Esta asfixia relacionada con el “deber ser” femenino es reforzada por la película a través de los testimonios de un puñado de pasajeras que comparten con Laura el micro de Brasil a la Argentina. Estos relatos a cámara y de tono confesional van desde el de una esposa abandonada por su marido hasta el de una madre que se siente presa de su familia, en un subrayado quizá algo excesivo para una película que alcanza un logrado equilibrio en sus omisiones.