Después de la Tierra

Crítica de Carlos Schilling - La Voz del Interior

Sin aliento

Hay una buena y una mala noticia para los que quieren saber cómo será el mundo dentro de mil años. La buena: se seguirá leyendo Moby Dick. La mala: ya no se leerá en la Tierra. Esa información básica sobre el futuro fue extraída de la última película del que alguna vez fuera el gran M. Night Shyamalan (Sexto sentido, El protegido) y que desde hace tiempo se ha degradado en una especie de colonizador de géneros populares.

En Después de la Tierra, incurre en la ciencia ficción ecológica, y la referencia a la clásica novela de Herman Melville tiene el carácter de un símbolo de los desmanes que el hombre ha cometido en contra de la naturaleza. De hecho, en la película, la humanidad tuvo que mudarse a otro planeta, porque la Tierra se convirtió en un lugar peligroso y condenado a una cuarentena interestelar.

El nuevo planeta no es tampoco el mejor de los mundos, ya que los humanos deben estar constantemente preparados para enfrentarse contra unos monstruos que pueden oler el miedo y destruir a quien lo siente. Por eso se trata de un régimen militarizado, donde los jóvenes se entrenan para eliminar el temor y convertirse en comandos.

Una primera observación es que Shyamalan no se tomó el trabajo de imaginar cómo sería una sociedad marcial, regida por las estrictas normas de la defensa común, y ni siquiera consultó en un manual de historia cómo era la vida en Esparta, por ejemplo. Así, incurre en el anacronismo de proyectar hacia el futuro los modelos ya recesivos de un padre estricto y una madre comprensiva.

El padre, interpretado por Will Smith, es un general héroe de guerra, famoso por haber sido el primero en anular el miedo y convertirse en "fantasma", palabra que designa la capacidad de no ser detectado por los monstruos. El hijo, interpretado por Jaden Smith (hijo real de Will) es un adolescente que quiere ascender al grado de comandante y no lo logra precisamente porque no puede dominar sus emociones.

Hay tensión entre ellos, compuesta de proporciones iguales de afecto y distancia, pero lo que importa para la historia se resume en que, por intercesión de la madre, el general decide llevar al hijo en una misión. En medio del viaje, la nave espacial falla y cae ya se pueden imaginar dónde. Sólo sobreviven ellos dos, aunque el padre queda lisiado y es el hijo quien deberá enfrentarse al planeta abandonado.

A partir de ese instante, la aventura del chico se parece mucho a superar los sucesivos niveles de un videojuego y los sueños y recuerdos que interrumpen esa linealidad, antes que enriquecer la historia, la entorpecen con explicaciones mal copiadas de un apunte de introducción a la psicología.

Y si bien, en términos de acción, la misma inercia de que sucedan cosas todo el tiempo mantiene la expectativa, los rubros de efectos especiales –sobre todo el diseño digital de los animales salvajes (que parecen inspirados en El Rey León)– resultan decepcionantes y terminan de quitarle el poco aliento con el que Después de la Tierra respiraba desde el principio.