Deseo de matar

Crítica de Alejandro Lingenti - La Nación

Es difícil entender el estreno de una película como Deseo de matar revisando con seriedad lo que ocurre desde hace años en los Estados Unidos con la posesión de armas. Una estadística reciente informaba que en el país que gobierna Donald Trump hay más armas que habitantes: hay cerca de 320 millones de personas y, sí, más de 320 millones de pistolas, escopetas y ametralladoras.

Sin embargo, Eli Roth, un cineasta mediocre especializado en el terror y la violencia explícita (dirigió Hostel, Caníbales e incluso uno de los episodios de Bastardos sin gloria de Quentin Tarantino) se animó. Tomó con base El vengador anónimo, un intenso thriller de 1974 dirigido por Michael Winner y protagonizado por Charles Bronson en Nueva York, trasladó la acción a Chicago y llamó a Bruce Willis -cuándo no- para que interprete a un cirujano común y corriente transformado en una máquina de matar luego del ataque de cuatro criminales que asesinan a su esposa y dejan a su hija en coma.

La película revela sin culpa cierto deleite con la extendida paranoia urbana que suele empujar a la inhumana solución de la justicia por mano propia. Paul Kersey (el personaje que encarna Willis con el ceño siempre fruncido) es presentado como un héroe anónimo que debe resolver aquello que no resuelven unas fuerzas policiales sobrepasadas y poco eficientes. Roth filma las escenas de accion con más pirotecnia que inventiva (lejos de la solvencia de aquel film de Winner, de hecho) y no evita la truculencia. Todos parecen estar todo el tiempo nerviosos o asustados en esta película que la Asociación Nacional del Rifle seguramente verá con buenos ojos.