Desde la oscuridad

Crítica de Jonathan Plaza - Función Agotada

Carteles de neón

En Desde la Oscuridad (Out of the Dark) se habla de colonialismo, neocolonialismo, daño ecológico y subproducción desde mucho antes que estos términos aparezcan en palabras de sus protagonistas. Es en el fatal acento español de Stephen Rea, en su disfraz de jefe narco y en su creencia de que es un colombiano más en donde está planteado el tema. No en su fábrica papelera.

Es en la decisión del director de que los espacios interiores que se relacionan con Colombia funcionen formalmente como un exterior, eliminando así los límites con la selva y que la papelera, la oficina de la misma y el hospital, se recorten de la ciudad hasta convertirse en capsulas espacio/temporales. Es en la elección de usar niños (sobre los que carga la simbología universal del futuro) para que representen el pasado del colonialismo, y que, luego, ese nuevo símbolo se traslade al colonialismo de los 90´s. En plantear que los habitantes de los barrios más pobres son los únicos que se permiten hablar el lenguaje pre colombino. Es en esa madre anglosajona que sólo puede relacionarse con ese pasado de manera epidérmica (sólo una venda en su mano izquierda remite a la presencia fantástica de ese pasado trágico) en contraposición a otra madre, que conmemora la masacre de los niños en el siglo pasado pensando en su propio hijo muerto hace veinte (reconversión del ritual).

Desde la Oscuridad es otra oferta productiva para que usted, espectador, satisfaga las necesidades que le impuso el neoecologismo.
A los 15 minutos del film el espectador medio entiende a la perfección de que trata la película. Sin embargo, la necesidad de dejar un mensaje lo suficientemente claro para todos los espectadores posibles, hace que luego, todos estos datos sean expresados bajo la más inescrupulosa literalidad. Desde la Oscuridad es víctima de un contexto en donde parece necesario mostrar una matanza de delfines masiva o un niño muerto en una playa para que la gente reflexione. Volvieron a ser necesarios los carteles de neón.

La película, que venía construyéndose de forma sólida en cuanto a ambientes, estructura y niveles de lectura hace emerger toda su carga simbólica a la superficie del relato, desintegrándolo. A partir de ese punto, sólo queda recurrir al golpe bajo y el desenlace de manual para unificar todas las ideas en un final que permita creer que todavía existe la justicia, al menos, parcialmente.

Que diferente habría sido el tratamiento del film si los responsables hubieran repasado I Walk With a Zombie, estrenada hace 72 años.