Desbordar

Crítica de Fernando López - La Nación

Imágenes cuidadas y un guión elemental para afrontar un tema complejo

Como Desbordar , la revista que en los años ochenta nació de un taller de escritura y periodismo desarrollado por jóvenes psicólogos con internos de un hospital neuropsiquiátrico, este film de Alex Tossenberger ( Gigantes de Valdez ) también procura llamar la atención sobre un asunto que gran parte de la sociedad prefiere eludir: la situación en los centros de salud mental.

Lo hace, precisamente, procurando recrear aquella experiencia que terminó frustrándose pero dejó valiosas enseñanzas, a través de una historia de ficción que apunta, por un lado, a exponer la penosa realidad en que transcurre la vida de los pacientes en situación de encierro, y por otro, a retratar los obstáculos que encontraron los entusiastas profesionales al proponerse experimentar caminos alternativos que modificaran el tratamiento de los internos y fomentaran su contacto e integración en el mundo exterior.

Pero ni las nobles intenciones (el film busca apoyar el llamado proceso de desmanicomialización promovido por la nueva ley de salud mental y subrayar la necesidad del compromiso de toda la comunidad con ese proyecto) ni el esmero que ha sido puesto en la composición de las imágenes son suficientes cuando la estructura narrativa es tan endeble. La historia es elemental: empieza siguiendo linealmente los pasos de los tres muchachos idealistas en una veloz sucesión de escenas en las que todo o casi todo se expresa mediante diálogos escolares; la acción prácticamente no existe y los personajes no son sino portadores de frases de intención didáctica o presunto vuelo poético, y continúa después ilustrando con trazos gruesos (y bastante ingenuos) el abandono, la brutalidad y la violencia a que son sometidos los pacientes en una institución en la que todos los derechos humanos son pisoteados y donde no faltan violaciones, tráfico de órganos ni desapariciones.

La ingenuidad y el trazo grueso también se manifiestan cuando se alude a la vida personal de los protagonistas o cuando se apela a ironías para exponer el prejuicio que la sociedad todavía guarda respecto de "los locos".

Con personajes que responden a clichés (el joven romántico e idealista que sacrifica su vida por la causa, el siniestro paramédico/carcelero, el temible director del hospital, casi toda la galería de internos), la forzada inclusión de escenas de crudo realismo y el agregado de un epílogo que busca la emotividad pero parece sólo destinado a potenciar el mensaje didáctico, no queda mucho por destacar. Sólo el digno trabajo fotográfico de Mariano Cúneo (contrasta tanta elaboración con la elementalidad y el escaso rigor del libro y los descuidos de la puesta en escena), que se encarga de proporcionar al film un atractivo envoltorio formal.