Delirium

Crítica de Rosa Gronda - El Litoral

El salvavidas inadecuado

Tres jóvenes amigos subdesocupados, aburridos de subsistir haciendo lo que no les gusta, buscan en torno a una mesa de bar porteño algo que les posibilite el dinero suficiente como para salir de su estancamiento. Entonces, como en la fábula clásica de la lechera y el cántaro, imaginan formas de salir inmediatamente de la chatura, sin contar con medios pero sí con muchas pretensiones.

Uno de ellos cree encontrar la solución en el cine: filmar algo con mínimo presupuesto pero que igual el público llene las salas. Sin ningún conocimiento profesional al respecto, suponen que el obstáculo más difícil será convencer al más famoso actor argentino del momento para que acepte filmar con ellos, lo que logran a partir de una confusión y una casualidad.

Convencidos de que un nombre como el de Ricardo Darín puede ser la llave para abrirles las puertas del éxito, los tres pícaros intentarán realizar una película munidos de un equipo menos que precario y consultando un manual de principiantes. Así se construye un film adentro del film, que bien podría llamarse “El actor y los 3 chiflados”, donde ocurren todos los desatinos que una filmación normal evitaría.

Con una pizca de comedia costumbrista en torno a las divagaciones entre cervezas de los pibes de barrio (que van desde el mujeriego al descolgado); sumando un poco de comedia negra (la tenebrosa secuencia nocturna en el kiosco cerrado, donde entre nervios y risas se levanta el suspenso); hasta la delirante derivación final en una especie de falso documental con la participación de reconocidas figuras de los medios como Susana Giménez, Diego Torres, Mónica Gutiérrez, Guillermo Andino, Cecilia Laratro, Sergio Lapegüe, Catalina Dlugi y muchos más, el guión recorre un itinerario delirante que termina en un gran desmadre rompiendo todas las fronteras.

El paraguas no funciona

Calificar esta comedia de “absurda” no justifica que la risa sea un simple amontonamiento de equívocos y exageraciones o la permanente recurrencia al ridículo, al trazo grueso y al disparate. Quizás las escenas más logradas sean justamente aquellas donde aparece Ricardo Darín en el rodaje dentro del rodaje. Estos momentos recuerdan al film “Ed Wood” (1994) de Tim Burton y permite reírse de los errores garrafales que nunca deberían ocurrir en una película que se precie de tal.

El problema no es la ausencia de realismo, sino la falta de convicción para que todo el disparate tenga algún tipo de sentido, aun dentro de las propias reglas del film. El espíritu lúdico y desprejuiciado no le alcanza a la película para tomar altura ni funcionar más allá de la acumulación de chistes literales. Con planos chatos y pobres, personajes archiestereotipados y gags que se estiran insoportablemente en algunos casos, las subtramas van profundizando una torpeza improvisada y la comedia se desperdicia escena tras escena. Con actuaciones muy flojas y confusas ideas acerca del cine, “Delirium” es un film menor al que no le alcanza el paraguas de una figura mayor para no estrellarse.

Espejo deformante

Existe una mirada irónica sobre los medios de comunicación como generadores y multiplicadores de una opinión pública manipulable. También hay un intento muy light de interrogarse sobre la argentinidad, pero como en un espejo deformado, “Delirium” cuenta lo mismo que padece, aunque sin hacerse cargo de nada.

Si cinematográficamente no cuida la forma, ideológicamente no es ética la utilización del material de archivo sobre manifestaciones populares para sostener el verosímil de un discurso demasiado banal. El humor, como afirmaba Bergson en su análisis sobre la risa, no existe cuando se interpone la compasión ante lo ridiculizado, y ese reflejo de momentos realmente trágicos sólo puede tomarse como broma por los escépticos de siempre. A pesar de algunos pasajes simpáticos y medianamente entretenidos, habrá que ver si la sola presencia de un gran actor y un amplio lanzamiento marketinero alcanzan para que este engendro funcione.