Delirium

Crítica de Alejandro Lingenti - La Nación

Trillada y banal

Ya hay una rica y encomiable tradición de lo que hace unos años conocimos inicialmente como "nueva comedia americana". Ha circulado bastante en el mercado local: jóvenes de clase media urbana cuya relación con el cine es más bien ocasional, orientada al ocio, cinéfilos avezados e incluso la crítica de rigurosos medios especializados son parte de su audiencia permanente. Llegan de cuando en cuando -a las salas o directo a DVD- para el que sabe estar atento. Sin embargo, el cine argentino no ha producido todavía ningún eco del todo feliz a partir de esa relación.

Delirium se piensa a sí misma como comedia contemporánea, pero apuesta en primer grado al golpe de efecto de la curiosidad: la estrella más convocante de la industria nacional, el símbolo del cine taquillero y celebrado internacionalmente por la prensa masiva, embarcado en un proyecto chiquito, casi artesanal -casi, porque es un film financiado por el Incaa-. Eso y una serie de fugaces apariciones de personajes de la TV, universo con el que la película tiene afinidades más evidentes.

El punto de partida es banal: tres amigos que pretenden hacerse millonarios filmando una película con Ricardo Darín, aunque nunca antes han visto de cerca una cámara. No hay mucho más que eso en el argumento del film: Darín y el trío mantienen el insostenible equívoco por apelación de un guión que no se impone el respeto al verosímil ni la evolución como fórmulas. Obviamente, una comedia de este tipo admite el disparate. El verosímil en este caso equivaldría simplemente a que la historia funcione dentro de su propia lógica, así sea del todo exótica. Pero en Delirium todo parece sostenido por alfileres y luce desteñido e inconexo. La película es una sucesión de gags poco imaginativos, plagados de lugares comunes -sobre la amistad, el sexo, el progreso económico-, actuados y resueltos dramáticamente con la liviandad que es moneda corriente en la televisión de alto rating, esa completamente destinada a lo que hoy se conoce con buen nivel de consenso como entretenimiento y que navega con el flotador de la pauta publicitaria.

Las provocaciones del film son leves (aun en su viraje al humor negro), los chistes, más bien chatos, y la energía colocada en la generación de situaciones originales, prácticamente nula. No hay inventiva, mordacidad u osadía en esta película, pero aún así una major se asoció en su distribución, confiando con obstinación en eso mismo que la ficción propone y subraya nominalmente como delirante.