Delfín

Crítica de Fernando Sandro - El Espectador Avezado

Para su tercer largometraje, Gaspar Scheuer cambia su eje conocido, y nos presenta "Delfín", una historia sobre la marginalidad y los deseos de salir adelante, retratados desde una óptica cálida, sin golpes bajos. El Nuevo Cine Argentino nacido a fines de los ’90 tuvo su base en historias de la marginalidad, principalmente urbana, del Conurbano Bonaerense, pero también algunas en el interior del país.
Un retrato crudo, descarnado, sin maquillaje, de una generación joven perdida, presa de la situación creada por las políticas de esos años. Gaspar Scheuer pertenece a una generación posterior a aquella del NCA, por lo menos en cuanto a dirección se refiere.
En 2007 estrenaba su ópera prima, "El desierto negro"; y en 2012 el segundo opus, "Samurai"; ambos excelentes films con algo de western criollo, con una fuerte impronta estética. Ahora, es el turno de "Defín", una propuesta diferente a sus dos primeros films, una historia sobre la pobreza, sobre el sector de la población que no miramos, sobre sueños imposibles, y las dificultades de la rutina.
Podría ser un guiño hacia aquel NCA; desde su premisa podía pensarse eso. Pero no, Scheuer traza su propio camino, quizás con reminicencias a la generación del ’60, y un cine relativo de los ’80.
No, esto no es Liberen a Willy, Flipper, o Winter; Delfín es sólo un sobrenombre, no hay ningún animalito digno de Mundo marino. Delfín es un niño de 11 años que vive en un pueblo muy chico, cercano a Junín. Ahí vive con su padre al que ayuda económicamente haciendo la entrega de una panadería.
La madre está ausente, y Delfín más de una vez se carga la situación al hombro. Su padre apenas puede mantenerlos con un trabajo muy mal pago, y la ayuda de Delfín es esencial.
También hay un cobrador que quiere desalojarlos, y al que Delfín enfrenta debidamente. Pero claro, por más que se vea obligado a tomar actitudes adultas, Delfín es un niño, y como tal tiene deseos púberes, es aventurero (a su modo y alcance), y soñador.
ntre ir a pescar con sus amigos, y espiar a una maestra por la que siente una naciente curiosidad; tiene también la afición por la música. Un maestro de música le enseño a tocar un instrumento. Lo lógico sería una guitarra, una flauta, o algo más accesible; no, el corno francés
¿Cómo hace un chico en su estado para desarrollar ese placer por el corno francés? Se entera que pronto harán audiciones para la orquesta infantil local. Local es un decir, porque están alejados de todo, y poder audicionar para esa orquesta le lleva una larga e imposible travesía. Claro que para alguien acostumbrado a pelear por cada cosa mínima que quiere, imposible es relativo.
Delfín planea una estrategia para llegar, y eso arrastrará a su padre en algo que terminará cambiando el destino para siempre. El planteo de una infancia en el interior del país, con códigos tradicionales, calmos, simples, alejados de la vorágine y el desapego urbano.
Al igual que la reciente y también muy satisfactoria Hojas verdes de otoño, Delfín elige la óptica de la inocencia infantil. Aquella capaz de ver luz aún en la oscuridad más penetrante. Si bien no hablamos de un relato fácil, ni de una situación plácida; Scheuer elude cualquier tipo de golpe bajo y plantea siempre una postura esperanzadora sin convertirla en inverosímil.
Es deudora de algún Favio, también de algún Miguel Pereira. Pequeñas historias de los olvidados retratados desde la base, con simpleza, cercanía, y muchísimo corazón y espíritu.
En varios planos, en algunas puestas de luces, sigue notándose la presencia del director de "Samurai" y "El desierto negro". También en el cuidado trabajo de sonido. Rubros en los que Scheuer es más que experto y sabe trabajar con recursos medidos al máximo.
Al contrario de lo que podríamos pensar, de la angustia pasamos a una sonrisa, y lágrimas emotivas; hay mucha ternura y vida detrás y delante de Delfín. Cristian Salguero, conocido por la serie "Un gallo para Esculapio", hace un gran trabajo como ese padre que parece hosco, pero guarda un gran cariño hacia su hijo. Pero acá la estrella es Valentino Catania, el niño que le pone el alma a Delfín; y logra un trabajo increíble.
La química entre padre e hijo, en realidad de Valentino con todo el elenco, es un aporte inmenso para que Delfín cale hondo. No esperen sobresaltos, no busquen un ritmo apresurado, ni sucesos que vayan a asombrarnos por su grandilocuencia.
Delfín es una propuesta de pequeños, y gigantes emotivamente, momentos. Una semana en la vida de un chico que derriba uno a uno todos esos abominables conceptos de meritocracia. Delfín, niño y película, merecen toda la suerte del mundo.