De trapito a bachiller

Crítica de Iván Steinhardt - El rincón del cinéfilo

Con animación en las primeras escenas comienza “De trapito a bachiller”. Por su nombre pues no sorprende que los títulos se escriban sobre un cuaderno de hojas rayadas en el cual, además de dibujos, hay alguna frase que desarrollaremos más adelante.

Luego de planos generales del barrio de Palermo viene uno de tachos de pintura llenándose de agua, previos a la presentación de la persona a retratar. En letras “pop”, al estilo “CQC”, se sobreimprime: “Gonza en situación de calle” Mientras hace lo suyo, su voz en off va aclarando algo de su cosmovisión presente, ergo, es con su vida en ese estado como se irá, de a poco, conociendo el pasado; los cimientos de esta persona. También habrá lugar para el futuro, pero esto es otro tema.

El “asunto de los trapitos” estuvo candente y presente en los medios durante los último años, con informes más cercanos a la bajada de línea que a un interés humano, o siquiera de involucrar a los ciudadanos. En cada salida nocturna en auto, en cada recital o en cada evento deportivo, el tema vuelve a surgir con resignación, congoja, bronca, o lo que sea, siempre dirigida a una clase política que no se anima a tratar o legislar el tema a fondo.

Como suele suceder, ya lo contamos antes, este tipo de ideas para documentar parten de una premisa que luego se transforma en proyecto. La premisa se sostiene lo que dura la búsqueda del candidato, con lo cual también es de suponer que antes de Gonza hubo descartes por distintas razones. De este detalle lo único relevante es saber que el sujeto sabe que está siendo filmado-grabado-retratado-documentado. ¿Condiciona esto a su comportamiento? Prendida la cámara ¿actúa con la naturalidad que les propia? ¿Cuánta realidad se recorta? Una imagen en la cual Gonza camina por la calle haciendo lo suyo, mira a cámara, muestra la recaudación y sonríe. ¿Qué intenta decir? ¿De quién se ríe el director usando a su personaje? ¿Habrá tenido en cuenta esto?

Mientras el espectador piensa, la película va mostrando otros casos que a su vez se convierten en aristas. Ya no parece ser un “trapito” el asunto porque lentamente se van mechando otros testimonios que como mínimo ponen en jaque la primera parte del título. A saber: Mildred (devota de la doctrina de Conciencia de Krishna) nos cuenta que le gusta el arte, la música y gente con luz; Dominic es fanática de los zombies (y de la marcha con fines benéficos que se hace todos los años en Buenos Aires); Aguirre Torre desde hace 30 años al presente vender juguetes usados en Parque Rivadavia y es su forma de terapia; Paula es una mamá de Paternal; Bruno dice “el rugby es lo mío”, y lo vemos nomás jugando al rugby.

Se insertarán imágenes de la asistencia de todos ellos a un colegio que se adivina para adultos.

Vuelta a Gonza.

Muestra la precariedad en la que vive, y luego lo vemos haciendo “lo suyo” de la manera más honesta y dedicada posible.

Sólo van diez minutos de los 100.

No es difícil preguntarse cómo estas historias se van a encontrar, o cual será su nexo común. Cinco personas distintas en tan poco tiempo. Ni en “Cloud Atlas” (2013) había tanto embrollo.

A pesar de titular a su obra “De trapito a bachiller”, Javier di Pasquo multiplica su visión urbana.

El objetivo aparente del título cambia cuando conocemos un poco de la historia de la Cooperativa Maderera Córdoba. En esta empresa recuperada, en la que trabaja Carlos, funciona un secundario con maestros que desde un principio avisan a los alumnos de la realización de asambleas. A los futuros bachilleres les espera una gigantesca bajada de línea básica. Del manual, con contenido panfletario, que llena de títulos y sin desarrollo. Los mensajes que parten de los jóvenes profesores son del tenor de: “la burguesía son los dueños de los medios de producción” en una materia denominada cooperativismo. Otro: “mientras el asalariado invierte todo lo que tiene, el capitalista invierte lo que le sobra”, ante una clase, en el mejor de los casos, ocupada en no dormirse.

A esta altura el documental se convirtió en otra cosa. Ni siquiera proselitista, porque si así fuera no precisaría esconder el subtexto cinematográfico detrás de personas con necesidades básicas. De Gonza, el “trapito” del título, apenas queda el registro de algún interés por la literatura o alguna actitud que denota la fuerza de voluntad que le pone a su educación.

Las virtudes de la película (que las tiene) como la compaginación o los encuadres pasan a un segundo plano cuando las intenciones quedan mezcladas. Como si hubieran querido aprovechar el momento para decir todo lo que se pueda, dejando de lado el tratamiento minucioso. Un folleto. Así queda muy diluida la animación de los títulos de la cual hablábamos al principio. Hay una frase: “no hay palabra verdadera que no sea una unión inquebrantable entre acción y reflexión. De ahí que decir la palabra verdadera sea transformar el mundo”. Esta cita de Paulo Freire le da un tinte reflexivo, no a la película sino al hecho de aprender, pues sucede que el brasileño es casi el padre de la pedagogía en el siglo XX con muchas otras reflexiones, escritos y ensayos, que han cambiado la historia de la educación. Emparentar esa frase (ni hablar del trabajo de Freire) con lo que se presenta en “De trapito a bachiller”, deja una sensación rara. Por ejemplo, cuando nos topamos con personas que creen que disfraz y vestuario son la misma cosa