De tal padre, tal hijo

Crítica de Lilian Laura Ivachow - Cinemarama

Si algo evidencia la última película de Hirokazu Koreeda es un clasicismo que despunta en la escena inicial. Un chico que en unos meses comenzará la primaria, es interrogado por miembros de la institución a la que sus padres aspiran que concurra. La escena –que coloca al chico en el centro del plano frente al eje de cámara– nos presenta al pequeño detonante de la historia al tiempo que nos informa de los rigores con los que será educado. De tal padre tal hijo podría ser en este sentido la película de Koreeda que menos presume de oriental, la más mainstream dentro de su filmografía y la más cercana al cine norteamericano.

Koreeda sostiene un clasicismo esencial que nos sumerge de lleno en la materia narrada y nos adentra en el día a día de una familia en la que todo comienza en un estado de tranquilidad aparente. Sin embargo, las cosas se complican cuando el matrimonio se entera de que su hijo de cinco años no es en realidad “hijo biológico” ya que les ha sido intercambiado por otro luego del parto.

Esta puesta en crisis abre el juego en la película no ya para narrar la tragedia de una sola familia sino la de dos núcleos muy diferentes enlazados por el dolor común y la ironía del destino. A partir de este punto la película se enriquece, sobre todo porque la segunda familia entra en escena con otro anclaje en la realidad, otra mirada y otro modo de criar a los hijos.

Koreeda acompaña a cada una de ellas en la elaboración de su propia tragedia, exponiendo lo trágico dentro de lo cotidiano y acercándose se manera tensa y pudorosa con una elegancia que nos recuerda a los momentos más eficaces de Eastwood. ¿Qué es lo que determina el vínculo entre padres e hijos? ¿Los lazos sanguíneos? ¿La crianza? Lo bueno es que la película responde a sus interrogantes desde sus entrañas, evitando simetrías previsibles entre las familias, resguardando momentos de ligereza y humor y utilizando las variaciones de Bach y Beethoven de manera no intrusiva (se incluyen al final de secuencia, sin subrayar emociones).

La puesta en escena se afirma también con la dirección actoral y el montaje interno. Ante la insólita situación que deben atravesar, los actores adultos actúan con el rostro. Y lejos de un primer plano evidente el director los ubica detrás de los hijos mirándolos sin que éstos lo adviertan, creando un contrapunto en el encuadre en la que el mundo infantil, indiferente al dolor, se distancia del más enrevesado de los adultos.

Hemos sido incontables veces objeto de las miradas de nuestros padres, parecería decir la película extrapolada de sus circunstancias. Y esta descripción adquiere un peso tan real como cuando uno de los padres le dice al otro que “hay distintas maneras de formar una familia”. Esta frase, que bien podría atribuirse a alguna entidad de reivindicación de la diversidad sexual, es clave en el desarrollo de la película. Hay diversas maneras de vincularse con los niños, demuestra De tal padre tal hijo con elocuencia. O al menos hay más de una. Y ser padre no tiene que ver estrictamente con la filiación genética ni con la educación sino con estar atento y presente el mayor tiempo posible. Tan simple como eso.