De repente, el paraíso

Crítica de Juan Pablo Russo - EscribiendoCine

Un lugar en el mundo

Elia Suleiman vuelve a interpretar a una versión apocada de sí mismo, que asiste confundido a la realidad caótica que lo rodea. Sus películas suelen contener toques de Jacques Tati y Buster Keaton en el tono y en el estilo; y este nuevo trabajo, con una puesta escena semejante a un cuadro, tiene elementos de Roy Andersson.

De repente, el paraíso (It Must Be Heaven, 2019) es su película más divertida y menos críptica, en gran parte porque el director sale de su Palestina natal después del primer acto y desplaza la acción a París y Nueva York. Pero Suleiman no trata directamente el conflicto Israel-Palestina, sino que prefiere plantearse algunas preguntas pertinentes: ¿Qué significa ser palestino? ¿A los demás les va mejor?

La película empieza en los alrededores de Nazaret. Suleiman ve cómo una persona roba limones del árbol de su vecino mientras afirma que puede hacerlo porque le ha dado permiso: “No estoy robando”. Sin embargo, cada día se aprovecha más, y empieza a talar los árboles y a cultivar la tierra, por lo que uno llega a preguntarse si es en realidad el dueño. Es una situación divertida de por sí pero también sienta las bases de una película plagada de bromas con doble sentido. El director sabe que ya ha estado en esta situación, por lo que en lugar de enfrentar la amenaza directamente, hace lo que muchos palestinos han hecho: irse del país. Como director, tiene el privilegio de ir y volver, y no tener que exiliarse.

Cuando llega a París, se sienta en un café y presencia la belle vie. Modelos atractivas caminan por la calle y la ciudad parece una postal hecha por una marca de moda. Pero esa sensación cambia a medida que Suleiman pasa más tiempo en la capital francesa. Las calles están siniestramente vacías por la mañana, y lo único que ve son trabajadores de la limpieza negros, burocracia policial y presencia militar. Cuando habla sobre su película con un productor francés, éste le comenta que no es lo suficientemente palestina.

Decide irse a Nueva York, donde ni siquiera consigue superar la presión de una productora para lanzar su película. A donde quiera que mire, ve personas armadas, una situación tan mala como la que dejó en Palestina. Suleiman apunta a Trump y al imperialismo estadounidense con armas en los coches o colgadas de los hombros.

Los toques absurdos y los gags visuales en De repente, el paraíso son los mejores de la trayectoria de Suleiman, que hacen de ésta su mejor y más divertida película.