De repente, el paraíso

Crítica de Alejandro Lingenti - La Nación

Israelí de origen palestino decidido a combatir los estereotipos que suelen castigar a su pueblo, inmigrante ilegal en Nueva York, amigo del prestigioso escritor y crítico de arte John Berger -a quien está dedicado este largo, muy celebrado en la última edición del Festival de Cannes-, Elia Suleiman es, no caben dudas, un personaje singular. Su cine (recordar la fantástica Intervención divina, de 2002) es anómalo, muy personal y está casi siempre teñido de un humor ingenuo en la superficie, pero corrosivo en la profundidad. "A mayor desesperación, mayor humor", declaró el director cuando le preguntaron sobre la lógica de este film inusual que comienza en Palestina y continúa en París y Nueva York. Su espíritu explorador y poético es muy similar al de El paseo, la magnífica pieza literaria del suizo Robert Walser dedicada a la observación del gran espectáculo del mundo, con su belleza y su absurdo.

El protagonista del relato, un alter ego del cineasta excéntrico, melancólico y, sobre todo, entregado obstinadamente al silencio, busca financiación para un proyecto cinematográfico destinado a promover la paz en Medio Oriente. En el trayecto que recorre persiguiendo ese objetivo se encuentra con situaciones y lugares que aparecen en la película a la manera de atractivas viñetas, siempre cargadas de gracia, sugestión y belleza, tres cualidades que en cine son invalorables.