De martes a martes

Crítica de Héctor Hochman - El rincón del cinéfilo

Juan es un hombre de 35 años que tiene como hobby el practicar el físico - culturismo. Su ocupación cotidiana se desarrolla entre la convivencia con su mujer, su hija y el trabajar en algo que no le gusta, una pequeña fábrica donde, a pesar de su imponente presencia corporal, es víctima de su jefe y burlado por sus compañeros, alternando con changas actuando en seguridad, como “patovica” de boliches de mala muerte.

Tiene un sueño, un deseo que lo lleva a seguir adelante: ser dueño de su propio gimnasio y así poder dejar esa pobre vida, pero esa ilusión aparece como inalcanzable por la falta de recursos económicos.

Su vida día a día es rutinaria, hasta que por cuestione de lo fortuito es testigo de un delito, el que le dará la oportunidad para cambiar su suerte.

Una noche, de retorno del trabajo, la joven que trabaja en el local de venta de golosinas, al que diariamente él concurre a comprar siempre lo mismo, es atacada por un hombre de unos 50 años, de mediana contextura física y decide no intervenir, sólo que los sucesos se transcurran

Este hecho es el que se instala por un lado como inverosímil, luego como desdibujando lo constituido por la descripción al personaje, para terminar el relato en situarlo como un pobre tipo, no es un héroe, ni un antihéroe.

Si bien “a priori” el slogan del filme podría establecerse en “todos somos buenos hasta que dejamos de serlo”, no hay un acto de maldad sino de omisión no creíble y menos justificable.

Pero a diferencia de muchas producciones nacionales esta tiene el don de saber seducir al espectador, ya sea por la actuación de Pablo Pinto, o por lo que al principio plantea el interrogante sobre lo que desea el personaje de la quiosquera, muy bien interpretado por Malena Sánchez.

La frutilla del postre es ver a Alejandro Awada haciendo el despliegue habitual de su repertorio de herramientas actorales para conformar de manera superlativa, un personaje muy diferente a los que nos tiene acostumbrado.

La primera mitad del filme se podría definir como mas contemplativa, donde la intención es configurar empatia entre el personaje y los espectadores. No hay un uso manipulador con la imagen, sólo presentaciones de lugares, y personas, unas más comunes que las otras, al mismo tiempo que el diseño de sonido con casi ausencia total de música, tiempo en el cual la torna realista al extremo.

Luego de ese punto de quiebre del relato no sólo modificará la mirada del espectador sobre el personaje, sino que también se modifica la estructura narrativa y la utilización de los elementos del lenguaje viran en relación a los actos de quienes llevan adelante las acciones.

Más allá de esas cuestiones morales por la que circula el texto y el personaje finalmente el director decide darle un tinte de denuncia al mismo, situación que no agrega nada al filme, pero al menos da la idea que tiene sobre estos hechos, la ausencia de justicia, y la inseguridad imperante.