De martes a martes

Crítica de Fernando Sandro - El Espectador Avezado

Pregunta para el lector ¿hay algo más interesante para el espectador que ser desafiado por la película que uno está viendo? ¿Vale ponernos en una situación moral ambigua y complicada para que saquemos nuestras conclusiones? Cada uno tendrá su respuesta personal, pero de eso va De martes a martes, una película que difícilmente deje incólume a alguien. Gustavo Fernández Triviño nos pone en una difícil situación, emparentarnos con un personaje para luego darlo vuelta y colocarlo/nos en una zona dudosa.
Ahí está Juan Benitez, el empleado de una fábrica, amante de la musculatura, y objeto de todas las burlas. Salvo su familia y una chica que vende golosinas, el resto del mundo parece castigar a Juan, fustigarlo por la solo razón de ser una mole buenaza, lógicamente de movimientos torpes, pero de aparente comportamiento de bondad.
Todos vamos a querer a Juan, odiaremos a los que lo molestan, y sentiremos su dolor interno, ese que le cuesta expresar públicamente; y así se mantiene durante buena parte del metraje. Pero sucede un hecho imprevisto, la quiosquera, que es abordada por un ser despreciable, la lleva a un baldío, y la viola... y Juan Benitez, que conoce a los dos “participantes” es testigo presencial de ese brutal hecho.
La lógica del film imprimiría que aflore el héroe, que Benitez espante al monstruo, asista a la dama, y sea reconocido por quienes antes lo despreciaban; pero no, Triviño aprovecha para mostrarnos la cara oculta que todos llevamos dentro.
No solamente Juan no intervendrá en el acto, sino que luego tomará los datos del auto del violador, averiguará, y al saber que es alguien con bastante para perder, lo va a extorsionar por un rédito financiero. ¿la víctima se volvió victimario? ¿es una revancha que Juan le toma a la vida? ¿Es este hombre tan bueno como creíamos? ¿Es este hombre tan desagradable como parece ahora?... ¿cómo actuaríamos nosotros?
Fernández Triviño trastoca el relato y trastoca la percepción del espectador. Ahora veremos que durante la primera parte, la del Juan inocente y bonachón, ya había indicios que antes pasamos por alto, por ejemplo, las apremiantes necesidades económicas. Inteligentemente, el director y guionista juzgan y no a su protagonista, balancean, nos hace pensar a nosotros si en verdad está tan mal lo que hace Juan, y al final si todo acto tendrá su consecuencia. De martes a martes es un film introspectivo, tenso, con cierta lentitud marcada y que va in crescendo manejando las emociones del público. También es un film sencillo, sin grandes pretensiones desde lo estético o técnico.
No sería nada lo mismo si Juan no fuese Pablo Pinto y si ese violador no fuese Alejandro Awada, las interpretaciones son rigurosas y muy acertadas, y es imposible imaginárselos con otros rostros. Un film sencillo y a la vez impactante, De Martes a Martes incomodará al espectador, pero en buena hora, lo hará pensar sobre el paso de sus propias acciones, y sobre todo, en las primeras impresiones que causan las personas