De caravana

Crítica de Rosa Gronda - El Litoral

Risas al filo de la navaja

Agradable sorpresa la que depara esta ópera prima de Rosendo Ruiz, proveniente de la docta ciudad de Córdoba, aunque no sean sus conocidas catedrales ni otros íconos promocionados por el turismo comercial lo que muestra, sino el entorno marginal de boliches cuarteteros, clubes barriales y calles salvajes donde pululan todo tipo de personajes que bien podrían encabezar el ranking de una genuina picaresca nacional actualizada.

La película está situada en esa línea donde se reconoce un cine popular sin caer en lo populista, vulgar o chabacano (aunque maneje elementos que sí lo son) y desde ese lugar, logra una aureola de empatía con personajes y ambientes transgresores del canon social convencional.

El argumento transita desde la comedia romántico-musical hasta el thriller, un pastiche de espíritu almodovariano pero con sello propio: Juan Cruz, un joven fotógrafo intelectual, acude a cubrir un recital extramuros de la Mona Jiménez. Allí descubre a Sara, que pertenece a ese mundo ajeno. Y se ve envuelto en una serie de hechos delictivos que comienzan con la desaparición de su celular y luego de su cámara, cuya recuperación lo llevará a transformarse en rehén y delincuente transitorio en ese submundo desconocido y peligroso.

De allí en más, irrumpen personajes del clan vinculado a la chica: un travesti, un dealer y un ex novio despechado que lidera una pandilla. Y como en los teleteatros (pero mejor), tenemos ante todo una historia de amor con desigualdad de clases, aunque a diferencia de éstos la película evita filmar “televisivamente” y por eso abunda en planos secuencia y mucha cámara en mano, donde se combina sabiamente un registro cinematográfico documental con otro ficcional.

Un cóctel sociológico

Aun con desajustes, “De Caravana” se impone por sus interesantes aciertos, explorando un territorio usualmente relegado por el nuevo cine argentino: el retrato del interior más urbano y callejero y además nos entrega personajes simpatiquísimos, como la conciliadora Penélope (Martín Rena) o Maxtor, interpretado por Rodrigo Savina, que lidera un entorno mafioso a su medida, sin privarse por ello de filosofar o bailar merengue, en forma literalmente deslumbrante.

“De Caravana” encuentra su punto más fuerte en esa construcción de personajes y en su potente narrativa que no necesita de gags forzados ni chistes fáciles, algo que no pudo lograr -por ejemplo- Diego Rafecas, cuando en su fallida “Cruzadas” intentó mostrar recientemente el submundo bailantero en Baires y solamente consiguió una sarta de vulgaridades.

Sin abandonar el tono humorístico de la comedia, entre puñetazos, bailes cuarteteros, persecuciones automovilísticas e incluso un secuestro resuelto inesperadamente, la cámara recorre la variada arquitectura cordobesa donde también se expresa la diferencia de clases y la pareja regresa del boliche bailable en un carrito tirado por un caballo que conduce un cartonero.

Lo que sí no se llega a sentir a fondo es la conflictividad de la cuestión social en que transcurre la historia, resultando asombroso que un retrato sobre la marginalidad latente en barrios y bares de mala muerte pueda fluir con ironía y frescura, sin lastimar, con un trasfondo romántico -incluso tierno y pudoroso- donde la cámara no muestra las patadas (que solamente oímos amplificadas) y luego no mucho más que una aureola en torno a un ojo como cicatriz.

La realizadora sesentista checa Vera Chytilová hablaba de las cosas que argumentalmente podrían ser cómicas si no fueran horribles; aquí, lo horrible queda relegado por aspectos siniestramente seductores, con una mirada risueña sobre lo trágico donde como en la “Fiesta” de Serrat “el noble y el villano, el prohombre y el gusano, bailan y se dan la mano, sin importarles la facha”, mientras el espectador se contagia y la música de la Mona resuena aun cuando ya terminó la historia y siguen los créditos.