De caravana

Crítica de Roger Koza - La Voz del Interior

Sed de vivir

Sólo un desalmado puede sentirse indiferente ante la vivacidad contagiosa de un filme como De caravana. Pocas películas capturan la vida secreta de una ciudad, su sonido, su música, su lenguaje, su comicidad, además de los anhelos y las frustraciones que determinan la vida de sus criaturas. De caravana respira honestidad fotograma tras fotograma. Su sociología intuitiva retrata con justeza un mundo reconocible; su filosofía amateur apuesta por la libertad de los hombres.

Como todas las grandes películas, De caravana invita a conocer un mundo. La discusión inicial entre un hombre y una mujer, por mucho tiempo novios, y los planos generales y planos detalle en los que se ven todos los rituales para ingresar a un baile de la Mona Jiménez son señales precisas de que estamos ante una gran película. En menos de cinco minutos casi todos los personajes ya están presentes, y el eje central del relato toma cuerpo: Juan Cruz, un fotógrafo de clase media alta, mientras registra el baile para una producción gráfica del cantante, conoce a Sara.

La historia de amor que surge de este encuentro azaroso pero verosímil no será sencilla. Más tarde se hablará de "civilizados" y "anormales", pero lo que le preocupa a Ruiz no es tanto denotar las diferencias de clase como sugerir una zona de fascinación mutua. Lo cierto es que Juan Cruz, involuntariamente, se verá involucrado en un universo delictivo. Por un lado, tendrá que "trabajar" entregando mercadería para Maxtor, un amigo de Sara que, acompañado por un travesti llamado Penélope, lo extorsionará amablemente. Al mismo tiempo, el Laucha, ex novio de Sara, se desespera al saber que ella está con otra persona. Habrá puñetazos, fiestas, persecuciones automovilísticas e incluso un secuestro fallido, acciones dramáticas siempre matizadas por toques humorísticos.

Consciente del carácter popular de su película, y sin traicionar la fluidez de su relato, Ruiz jamás cede al populismo estético de filmar televisivamente. Así, casi desprovista del característico plano-contraplano para filmar la interacción humana, De caravana es prodigiosa en su concepción del espacio: los actores habitan los planos secuencia y en ese registro se experimenta lo "real" en la ficción. Ruiz es un cartógrafo: su cámara recorre la variada arquitectura cordobesa donde también se expresa la diferencia de clases, un mapa simbólico de las desigualdades.

Ruiz transmite un amor parejo por todos sus personajes, y su elenco responde. Todos ofrecen una labor destacada. La pareja de Pereyra y Colja funciona; a veces un gesto de Pereyra sintetiza un lugar en el mundo. La justa simpatía de Martín Rena como Penélope es memorable. Pero los trabajos de Gustavo Almada (el Laucha) y de Rodrigo Savina (Maxtor) son superlativos. Ruiz les confiere la tarea de sostener simbólicamente su película. El monólogo del Laucha que concluye con un primer plano de su rostro constituye la rabia del oprimido. El cuento de Maxtor sobre el circo de pulgas articula una utopía discreta más allá de la pertenencia de clase.

En los créditos finales, a la izquierda del cuadro se suceden fotografías de algunos personajes. Es un detalle elegante que encierra el misterio y el espíritu libertario de esta película que, como las pulgas de Maxtor, desconoce los límites del discurso del amo.