De amor y otras adicciones

Crítica de Laura Osti - El Litoral

El amor no tiene remedio

Jamie Randall (Jake Gyllenhaal) es un joven treintañero que vive en un pueblito de Estados Unidos donde intenta hacerse un camino como vendedor de electrodomésticos, pero sus debilidades eróticas le complican, más que facilitarle, las cosas.

Es el hijo mayor de un matrimonio clase media que tiene dos hijos varones y que no hace más que esperar que consigan un buen trabajo y hagan su vida de una vez por todas.

Jamie es un seductor compulsivo y casi siempre consigue lo que quiere, seduciendo mujeres aquí y allá. Cuando se propone ingresar al mundo de los visitadores médicos, para así tener la chance de buenas ganancias y otras gratificaciones que concede la industria farmacéutica, lo logra sin mucho esfuerzo gracias a sus encantos.

Mientras, su hermano Josh (Josh Gad), un joven bizarro felizmente casado, pero en crisis matrimonial por razones indescifrables, se muda al departamento de Jamie en busca de refugio.

El carismático Jamie, en tanto, empieza a promocionar productos del laboratorio Pfizer en destacadas clínicas del lugar y recurre a todo tipo de ardides para desplazar a la competencia en determinados rubros, especialmente el de los antidepresivos, de mucho consumo en la década de los ‘90, en que está ambientada la película. La guerra es entre Prozac y Zoloft. En tono de comedia de enredos, el film de Edward Zwick (“El último samurai”, “Diamantes de sangre”), que está basado en una novela, pretende desnudar los entretelones del descarnado mundo del mercado farmacéutico. La crítica, que a veces roza la sátira, apunta al cinismo con que se manejan todos los actores, desde los médicos, pasando por enfermeras, secretarias, vendedores y llegando hasta los pacientes, en un ambiente en que se asume que todos consumen algún tipo de droga de las que siempre están a mano para calmar cualquier trastorno.

En ese ámbito, Jamie conoce a una hermosa joven, Maggie (Anne Hathaway), quien pese a sus radiantes 26 años, padece un incipiente Mal de Parkinson, que la tiene condenada a una medicación permanente.

Aquí las cosas tomarán un giro y la novela, que parecía una comedia crítica, se torna un tanto romántica y llega casi al melodrama, porque los jóvenes, lindos como son, no podrán evitar enamorarse, aunque ninguno de los dos esté pensando en eso ni mucho menos cuando dan rienda suelta a sus deseos pasionales. Acostumbrados a seducir y vivir el momento, eludiendo deliberadamente los compromisos, el amor les hará cambiar de parecer, aunque no sin resistencias ni conflictos.

Pero mientras sucede todo esto, que implica cuestiones como asumir una enfermedad incurable cuya evolución es de mal pronóstico y qué hacer cuando uno se enamora de una persona que padece ese mal y qué hacer cuando se está enfermo y no se quiere sufrir de más ni hacer sufrir, etcétera, mientras la parejita vive este dilema, derrochando encanto sensiblero en la pantalla, el mundo de la industria farmacológica se asoma a una nueva era, aparece la droga de la felicidad que si no cura, al menos hace olvidar algunos males: el Viagra.

¿Qué tiene que ver esto con el melodrama de Jamie y Maggie, y el fastidioso hermano menor siempre metido en el medio? No mucho, solamente que le permite a Jamie dar un salto cualitativo y cuantitativo en su carrera de promotor, escalar posiciones, adquirir influencias, e intentar por todos los medios conseguir el mejor tratamiento para su chica. Aun cuando la relación entre ellos sufra de crisis y recaídas, y aun cuando las tentaciones del mundo de los negocios sea muy fuerte, finalmente esta suerte de “Love story’’ aggiornada se impondrá sobre cualquier otro tipo de intereses, y Jamie estará dispuesto a cuidar de Maggie y Maggie estará dispuesta a dejarse cuidar.

La película de Zwick no supera la media de una comedia hollywoodense, que picotea en varios temas sin profundizar ninguno y que apela a actores bellos y taquilleros, sin renunciar a estereotipos y golpes bajos, ni a las fórmulas trilladas del cine de entretenimiento donde se mezclan sentimientos, acidez y algunos toques bizarros, como indica la moda.