De amor y otras adicciones

Crítica de Diego Lerer - Clarín

Píldora romántica

Comedia dramática con impensados efectos secundarios.

Película curiosa la de Edward Zwick. Más cercana a su etapa como creador de la serie treintaypico que a la de sus dramas políticos o históricos ( El último samurai, Diamante de sangre ), De amor y otras adicciones deja en claro su origen literario: es tan fluctuante en tonos y temas y direcciones narrativas que sólo pueden tener sentido y organicidad en una novela. Sin embargo, quienes la han leído aseguran que la película se toma muchísimas libertades respecto al original.

Uno de los ejes del libro y de la película es la evolución del personaje de Jamie Randall (Jake Gyllenhaal, cada vez con más gimnasio encima), un vendedor que empieza a trabajar en la compañía farmacéutica Pfizer, vendiendo el antidepresivo Zoloft en un pequeño pueblo de los Estados Unidos. Allí, como todo visitador médico, debe conseguir que los doctores lo atiendan y recomienden su producto. Pero es complicado, ya que todos parecen preferir el popular Prozac, y él tendrá que usar métodos raros para hacerlos cambiar.

En la clínica conoce a Maggie (Anne Hathaway), una artista que sufre de Mal de Parkinson, pero lo tiene muy controlado. Sabiendo de su enfermedad, no quiere establecer una relación muy seria con Jamie. Pero se gustan, se enganchan, y pronto tienen sexo a diario, cosa que Zwick muestra en escenas llamativamente francas para una comedia romántica (aunque siempre... hasta ahí).

La película tiene un primer giro cuando Jamie empieza a vender un nuevo producto de su compañía: algo llamado... Viagra. Y allí su popularidad crece y todo el mundo quiere su producto. Paralelamente, la enfermedad de Maggie va empeorando, lo que lleva la película a otro tono, y a una segunda hora en la que los logros de la primera parecen ir perdiéndose.

Como ácida descripción del detrás de la escena de una gran compañía, el filme intenta acercarse al estilo de Jerry Maguire o filmes de Jason Reitman ( Gracias por fumar, Amor sin escalas ) y, si bien plantea algunas escenas divertidas, le falta garra. Lo mejor, sin dudas, es la primera hora, y la relación entre Jamie y Maggie: sexy, ácida, plagada de buenos diálogos en la mejor tradición de la comedia romántica entre iguales, con una mujer fuerte e independiente, capaz de “dar vuelta” a su pretendiente.

Pero luego recrudecerá la enfermedad y allí la película entrará en otro viaje, en el que casi no se evitan los lugares comunes que se venían esquivando.

De amor y otras adicciones (“otras drogas”, es el más apropiado título original, en su acepción medicinal) es como las pildoras sobre las que el filme habla: depende el efecto que cada una tiene en el espectador, la sensación cambiará. Y la última, es un poco difícil de digerir: tiene efectos secundarios impensados.