De amor y dinero

Crítica de Rodolfo Weisskirch - Visión del cine

Llega al cine De amor y dinero, dirigida por Hossein Amini, guionista de Drive, y basada en una novela de Patricia Highsmith, con Viggo Mortensen, Oscar Isaac y Kirsten Dunst como protagonistas.
Reconocida principalmente por la saga de libros acerca del personaje de Tom Ripley, Patricia Highsmith fue una de las escritoras más fascinante en lo que respecta a novelas policiales del siglo pasado. Sin embargo, la más famosa y estimulante de las adaptaciones cinematográficas, basada en una de sus novelas, fue Extraños en el tren, mítico thriller de Alfred Hitchcock con Robert Walker y Farley Granger.

De amor y dinero, guarda varias similitudes con la saga de Ripley. Un escenario europeo exótico, un tercero y misterioso personaje en discordia entre un matrimonio de aparente, buena posición social… y un asesinato.

Chester Mac Farland y su mujer, Colette, visitan las ruinas de la antigua Grecia, cuando conocen a Rydal, un joven guía turísitico estadounidense. Rydal se une a la pareja como guía personal, aunque tiene claras intenciones de estafar a Chester y seducir a Colette. Sin embargo, no avanza demasiado en estos puntos y se hace amigo de la pareja. Hasta que sucede un asesinato y los tres se convierten en fugitivos de la policía griega.

Lo fundamental, es que nada es lo que aparenta ser, y la codicia siempre cobra más valor que las personas.

Hossein Amini debuta como realizador en un thriller clásico, integrado por numerosos elementos “hitchcoianos”, como el hombre equivocado, la figura manipuladora, la mano del azar para castigar personajes, la culpa.

El director aprovecha la geografía para armar un laberinto propio del mito del Minotauro, y gracias a dos soberbias interpretaciones de Viggo Mortensen, y en mayor medida, de Oscar Isaac, construye una interesante variante a una relación paternal, casi edípica, en términos metafóricos.

Los climas son lentos y el discurso, sutil. El director no subraya significados y apela a construir el argumento, narrando con imágenes, no apelando tanto al diálogo, ni enfatizando las vueltas de giro estructurales. A través de una soberbia fotografía e impecables actuaciones, se genera un relato con buena carga de tensión sexual, sin necesidad de explicitar nada.

En este sentido, el clasicismo de la puesta en escena es siempre favorable. Queda la sensación de estar viendo un noir filmado en los años ´60 –cuando sucede la acción- donde se sugería más de lo que se explicaba.

La información justa y un interesante juego de espacio fragmentario en la secuencia final, acercan a Amini a una dirección casi wellesiana –el Welles más clásico, por supuesto- confirmando que se está visualizando un film de otra década.