De acá a la China

Crítica de Diego Brodersen - Página 12

En las antípodas

Las dificultades de todo tipo (lingüísticas y económicas, además de aquellas ligadas al desarraigo) que el protagonista sufre en carne propia del otro lado del planeta comienzan a acercarlo, cada vez más, hacia aquellos a quienes consideraba sus enemigos naturales.

Lo logrado por Federico Marcello y Pablo Zapata -director y productor, respectivamente, de De acá a la China; ambos protagonistas- es destacable por partida doble. Por un lado, su largometraje ultra independiente, que anduvo circulando por el país en la mejor tradición de los cines ambulantes de comienzos del siglo XX, vuelve a demostrar que -no sin esfuerzos de por medio- es posible producir cine en nuestro país siguiendo caminos alternativos. Por el otro, aquello que, en un primer momento, aparentaba ser apenas un relato costumbrista y superficial sobre un particular método de venganza deviene en una fábula sobre los dolores de los migrantes que aterrizan en tierras extrañas para comenzar una nueva existencia, signada por el trabajo arduo y el sacrificio personal y familiar. La vida de Facundo (Marcello) está envenenada por un trauma del pasado: el almacén de su padre en el barrio de Saavedra, otrora floreciente en sus propios términos, debió cerrar durante los años 90, cuando los supermercados chinos comenzaron a florecer de forma exponencial.

Dos décadas más tarde, el muchacho intenta algo imposible y, ciertamente, absurdo: viajar a las antípodas junto a su mejor amigo y poner en marcha un mercadito argentino en Xiamen, en la provincia de Fujian, lugar de origen de la gran mayoría de los inmigrantes chinos instalados en nuestro país. Un dibujo de Maradona en la marquesina invita al descubrimiento de lo exótico y productos nac&pop como la yerba mate y el dulce de leche se transforman en los cimientos de la imposible invasión. El recuerdo de Fuckland, la película de José Luis Márques que imaginaba una recuperación de las Islas Malvinas a partir del embarazo masivo de isleñas, puede llegar a presentarse como una desafortunada sombra durante los primeros minutos de proyección. Minutos después, resulta claro que el tono y las intenciones de De acá a la China son bien distintos: las dificultades de todo tipo (lingüísticas y económicas, además de aquellas ligadas al desarraigo) que Facundo sufre en carne propia del otro lado del planeta comienzan a acercarlo, cada vez más, hacia aquellos a quienes consideraba sus enemigos naturales.

Y lo hace con humor y una capa de melancolía que le suma profundidad a la historia. A poco de instalarse, el dúo de argentinos sale a matear a la vereda con la intención de llamar la atención de los posibles clientes. En momentos puntuales, el protagonista entra en una suerte de trance, al tiempo que el ciudadano chino más cercano le recita algún retazo de sabiduría confuciana. Cerca del final, poco antes del desenlace, uno de los personajes secundarios -un chino algo bohemio al cual todos llaman Momo- termina zapando una versión en mandarín de “El país de la libertad”, de León Gieco, puente metafórico entre dos culturas muy diversas. Rodada con un reparto binacional de actores no profesionales -incluido, desde luego, el propio Federico Marcello-, la película, que comenzó como un proyecto de largometraje documental sobre la inmigración china en nuestro país, fue transformándose lentamente en otra cosa, un relato ficcional que nunca llega a ocultar por completo su carácter de fantasía bajo una capa de realismo formal. Si algo le sobra a De acá a la China, verdadero objeto artesanal, es honestidad intelectual y ganas de hacer cine.