Damas en guerra

Crítica de Martín Iparraguirre - La mirada encendida

Elogio de la amistad

La comedia (norte)americana, nueva o vieja, ha sido prácticamente el único género pasable de la temporada cinematográfica de Hollywood, una tendencia que se puede rastrear en los últimos años, y que entre otras cosas confirma que el humor es cosa seria. Títulos como ¿Qué pasó ayer 2?, Malas enseñanzas, Medianoche en París y en menor medida otros como Pase Libre, Paul, Una esposa de mentira o Quiero matar a mi jefe, confirmaron durante este ajetreado 2011 que la llamada Nueva Comedia Americana (NCA) no sólo está más que consolidada (con Jud Apatow como gran padrino), sino que logró parir nuevas apariciones que siguen revitalizando al género, que acaso se encuentre estimulado por la crisis económica y cultural que atraviesa el imperio del norte. La comedia siempre ha servido para pensar al mundo, para desnudar la dimensión absurda de nuestra cotidianeidad y problematizar aquellas estructuras simbólicas que regulan nuestra existencia y naturalizan el status quo de la sociedad, aún a costa de sus miembros. Y por esto son tiempos propicios para la NCA, cuyo núcleo esencial es una vocación natural por la irreverencia.

Su último ejemplo es Damas en Guerra, del debutante Paul Feig (director de la serie Freaks and Geeks), bajo el manto directivo del propio Apatow (que oficia como productor), y la invalorable Kristen Wiig (estrella del programa Saturday Night Live), aquí protagonista además de coguionista. Filme desparejo y por supuesto desmedido, capaz de apostar a la más incómoda escatología y luego terminar con un giro conservador, Damas en Guerra es sin embargo una obra plena de humanidad, que explora en clave paródica (y lúcida) los vínculos femeninos en pleno siglo XXI, con la crisis económica como un fondo difuso, que se cuela obstinadamente a través de los conflictos que vive su protagonista. Wiig (en un papel tal vez consagratorio) interpreta a Annie, una mujer que ronda los cuarenta años y se encuentra en una situación cúlmine: ha perdido su negocio con la crisis de 2008, trabaja en un oficio que no le gusta ni le interesa, comparte departamento con desconocidos, y vive penando su soltería por caer en brazos que no le convienen. Por suerte, Annie tiene una amiga de la infancia que le sirve de sostén para los avatares de su existencia, llamada Lillian (Maya Rudolph, también de SNL), aunque pronto sobrevendrá lo inesperado. De un día para otro, Lillian pasará a estar comprometida, y su nueva situación desatará una crisis fulminante en Annie, que penará no tanto porque su amiga se case, sino porque comenzará a integrar un nuevo círculo social en el que ella no encaja. Habrá una complicación adicional: la aparición de una nueva “mejor amiga” de Lillian, la frívola pero perfecta Helen (Rose Byrn), quien mostrará una empatía inusual con la novia y monopolizará la organización de su fiesta, y con quien pronto se instalará una competencia feroz. El resultado será una lenta caída en desgracia (y en el ridículo) de Annie, que por supuesto se distanciará cada vez más de su amiga hasta llegar a tocar fondo, típico esquema narrativo de las obras de Apatow.

Comedia de aprendizaje y maduración, Damas en Guerra no se destaca por su planteamiento formal, donde domina el clasicismo industrial: el plano /contraplano es norma al filmar los intercambios sociales, así como el plano medio se impone en la puesta en escena general. Sus signos distintivos están más bien en la voluntad de transgredir el buen gusto (a pura escatología incluso, aunque hay sólo una escena no apta para espíritus susceptibles, que transcurre en una lujosa tienda de vestidos) y ridiculizar los ritos sociales, así como en el modo en que se desmarca de ciertas convenciones: la boda misma y la despedida de soltera son dos grandes fuera de campo que permiten concentrar la atención en el desarrollo del drama de la protagonista. Y es que lo más importante en Damas en Guerra es su humanidad, su gran capacidad para captar la complejidad de los vínculos personales, de problematizarlos sin llegar a la caricatura ni la ridiculización gratuita (marca distintiva de productos similares, caso Sex and the city), sino más bien con el objetivo de comprender a sus protagonistas, de ponerse a su altura y reflejar sus motivaciones, miedos e inseguridades. Un final por demás convencional, con videoclip y moraleja incluidos, no hará más que contrarrestar estos logros y dejarlos en un segundo lugar.