Damas en guerra

Crítica de Federico Karstulovich - Otros Cines

Kristen Wiig, crack de la comedia

n términos futbolísticos, durante años, en Argentina, se solía decir que Velez, River y Newell's eran el semillero de los grandes jugadores que luego son comprados por clubes más grandes o triunfan en el exterior. Sin embargo, en muchas ocasiones, esos jugadores decidieron, contra viento y marea, mantenerse en el club que los vio nacer, acaso jugar a préstamo pero volver lo antes posible. Esa nobleza de mantener la individualidad y originalidad, de jugar en vez de competir deportivamente, es la que uno puede encontrar en Kristen Wiig, lo más parecido a un crack actoral, básicamente una gran actriz pero que el lugar común nos obliga a poner el mote de “gran comediante” porque básicamente la hemos visto hacer comedia.

Bueno, con Damas en guerra se cruzan fuertemente dos mundos: el del humor físico y bocasuscia que Wiig vino trabajando desde el semillero que la vio nacer, es decir, el Saturday Night Live, y -por el otro- el humor agridulce de la llamada Factoría Apatow. Como resultado de ese cruce tenemos un híbrido inconstante, pero a la vez plagado de sorpresas. Por un lado, una situación típica de la productora Apatow, casi especialista en períodos transicionales (de la adolescencia a la adultez, de la adultez en soltería al casamiento son las preferidas de la casa) que en este caso cambia el frente y se dedica a contemplar la transición en un grupo de mujeres de 30 y largos (un poco más también) que pasan de la soltería al compromiso.

Dentro de ese submundo de posibilidades se concentra el problema que se desata cuando Annie (Wiig, fantástica: estoy siendo redundante) se ve tomada por sorpresa porque su amiga Lillian (Maya Rudolph) se casará en breve. Todo el periplo que va desde la sorpresa inicial al rechazo a las convenciones cursis de un matrimonio forma parte de ese tan típico y conservador aprendizaje apatowiano donde casi siempre los personajes terminan sentando cabeza de un modo bastante poco feliz. Pero bueno, como mencioné antes, el sándwich tiene panes Apatow…pero la mayonesa es de otro tipo. Ahí es donde el tono desbordante de SNL aparece de la mano de Wiig (aquí también guionista).

Damas en guerra promete dos cosas que saludablemente no cumple: una de ellas, una guerra intestina absurda entre dos damas de honor (entre ellas hay tensión y gags geniales de competencia pero no hay tal guerra) y, la otra, es el casamiento, que en la película es resuelto saludablemente con una elipsis concentrándose sólo en la post ceremonia. Eso permite que la película sea menos una suerte de análisis sociológico o una comedia más sobre un tema trillado y miles del veces abordado como los celos entre amigos y se concentre más específicamente en el dolor de crecer y ver irse a las personas que fueron importantes en nuestra vida.

Lo notable es que la película logra sostener ese postulado, más propio de una comedia dramática que de una comedia a secas, con una serie de recursos claramente reconocibles en la tradición de la Nueva Comedia Americana: escatología, humor físico, incorrección política y humanismo frente a los personajes (quizás los únicos que escapen a esa visión y sean cruelmente retratados sean los compañeros de vivienda de Annie y el amante ocasional, interpretado por Jon Hamm). De ahí que la película no nos escatime en gags sobre diarrea, vaginas, penes, vómitos sumado a un inclaudicable humor físico (la despedida de Annie en la fiesta pre-boda es notable).

Si algo sale mal en la película, además de la misantropía con los personajes mencionados líneas arriba, es esa tendencia que anticipé al principio y que es tan determinante en las películas producidas (aunque también dirigidas) por Apatow: la necesidad de forzar a los personajes a tocar fondo y a “realizar” un aprendizaje. La necesidad de forzar un desarrollo en la trama en vez de dejarla fluir. Entiendo que, si bien el guión no le pertenece a Apatow su mano, si está presente (y sospecho que habrá tenido incidencia en la versión final del guión). Quizás sea por eso que toda la locura que supone el “trance” de la protagonista hasta entender su lugar en el mundo se sienta incómoda cuando se la obliga a un aterrizaje forzoso.

A veces, una marca de producción, una necesidad de reconocimiento de producto puede arruinar potenciales obras maestras. Es hora de que Apatow vuelva a jugar y deje jugar al resto, como en el potrero: sin presiones, como si el futuro no existiera, como si fuera el patio trasero de la casa.