Curvas de la vida

Crítica de Fernando López - La Nación

De béisbol y finales felices

Clint Eastwood vuelve al deporte. Después del boxeo en Million Dollar Baby y del rugby en Invictus , llega la hora del béisbol en esta mediocre Curvas de la vida, que no parece la mejor despedida para un actor de su talla (cabe confiar en que, más allá de sus 82 años, habrá algún otro papel en el futuro que ocupe el lugar de "último personaje interpretado por?" con tanta dignidad como lo hacía hasta ahora el de Gran Torino ).

Claro que hay en este caso una ausencia fundamental, la del propio Eastwood en la dirección, si bien hasta podría quedar la duda de si habría sido suficiente su mano experimentada para sacar a flote un guión tan convencional y tan superpoblado de lugares comunes como el que aquí propone Randy Brown. De todas maneras, no cuesta sospechar que el resultado habría sido, como mínimo, más razonable que el que obtiene el debutante Robert Lorenz, colaborador de Clint en distintas funciones desde Los puentes de Madison .

Eastwood asume aquí el papel de un veterano y experimentadísimo cazatalentos que trabaja para los Atlanta Braves y corre el riesgo de quedarse sin contrato en pocos meses no porque sus habilidades hayan disminuido a causa de los achaques propios de la edad (los que el film ilustra con especial dedicación) sino porque algunos de los dirigentes de la franquicia han empezado a confiar más en los informes que brinda la tecnología que en la sabiduría que un ojo experto puede haber ido acumulando en una práctica de años. El personaje del anciano solitario, hosco y malhumorado no le es extraño al actor, aunque comparado con el jubilado de Gran Torino este Gus parece casi una caricatura del clásico estereotipo del viejo gruñón.

Pero no sólo de béisbol se alimenta la historia, sino también de un viejo conflicto que ha ensombrecido la relación del hombre con su hija (una abogada a punto de convertirse en socia del estudio para el que trabaja) desde que, al enviudar aún joven, la confió a unos parientes, primero, y a un instituto, después. La ficción quiere que padre e hija resuelvan sus diferencias durante una breve temporada que pasan en Carolina del Norte, donde él debe evaluar las reales condiciones de un nuevo bateador y ella debe elegir entre una vida consagrada al trabajo o escuchar los reclamos de su verdadera vocación, también vinculada al béisbol, lo mismo que el ex jugador que fue una vez protegido de su papá y ahora su inesperado galán.

Si la construcción del guión hace agua por todos lados y los personajes no van más allá de la fórmula, pese a los esfuerzos de Eastwood, Amy Adams (la hija) y Justin Timberlake (el galán), y si todo se vuelve al mismo tiempo largo y previsible, mucho más sorprende el remate: una increíble acumulación de finales felices como pocas veces debe de haber merecido una producción de Hollywood.