Curvas de la vida

Crítica de Carlos Schilling - La Voz del Interior

Cerca de la última base

No es lo mismo una película de Clint Eastwood que una película con Clint Eastwood, por más que Curvas de la vida sea firmada por su ayudante de dirección, Robert Lorenz, y el veterano actor esté rodeado de magníficos intérpretes como John Goodman, Amy Adams o Justin Timberlake.

El hecho de que uno de los más grandes cineastas norteamericanos permanezca de un solo lado de la cámara en una historia que parece perfecta para su talento clásico limita el espectro de posibilidades dramáticas y narrativas del argumento.

Pero esa reducción en la escala de las ambiciones no impide que Curvas de la vida siga siendo una buena película. Por empezar, ofrece el espectáculo único de Eastwood en el rol de un viejo reclutador de talentos de béisbol, que se está quedando ciego, lo cual lo hace sentirse patético por chocar el auto contra las paredes del garaje y tropezarse contra los muebles de la casa.

Como desde la época de Harry el Sucio, a Eastwood le basta una sola mirada infrarroja para expresar su furia interior, pero en un personaje medio inválido, esa mirada aparece también cargada de una profunda impotencia y sentido de injustica cósmica. Eastwood es Eastwood. Eso significa que siempre está más cerca del rey Lear que de un abuelito de geriátrico.

Los problemas oculares ponen en peligro su carrera como reclutador de jóvenes talentos. Además, nada puede hacer contra los nuevos procesos de reclutamiento basados en la tecnología (que mostró otra buena película, El juego de la fortuna), de modo que su misma forma de trabajar está quedando obsoleta. Si bien cuenta con una amigo fiel (John Goodman) dentro del equipo, su vida profesional ha entrado en una especie de cuenta regresiva.

Aquí aparece el otro personaje crucial de Curvas de la vida, la hija del reclutador, interpretada por Amy Adams. Ella es una abogada exitosa, ocupada en un caso que puede significar su promoción a socia del estudio donde trabaja. Claro que la relación con su padre le importa demasiado como para ignorar esos primeros síntomas de senilidad. Lo adora, lo respeta, aunque a la vez le reprocha haberla abandonado durante un año tras la muerte de la madre.

Ese sentimiento ambiguo la impulsa a acompañarlo en una gira de reclutamiento en la que su padre se juega el trabajo y el prestigio. Durante la gira se suma la tercera figura decisiva de la trama, un ex lanzador convertido en reclutador (Justin Timberlake) que será el vértice romántico del triángulo.

Con esos elementos se desarrolla un relato simple y directo, que gracias a esa tercera dimensión de humanidad que le otorgan los intérpretes consigue sobreponerse a muchas escenas previsibles y varios momentos emocionales de bajo presupuesto imaginativo.