Cuestión de tiempo

Crítica de Ulises Picoli - Función Agotada

Tiempos no tan modernos

Las comedias románticas suelen tener un esquema que se repite hasta el hartazgo. Conocimiento, giro del relato desde donde surge la ruptura, y finalmente, el reencuentro final (muy probablemente con alguna carrerita en el medio). El nuevo film de Richard Curtis, director de Realmente Amor, deja de lado esos tópicos para contar una historia romántica, no una comedia romántica. Logra escapar a lo esquematizado por el género por una buena variable: el protagonista puede viajar en el tiempo.

Este fantástico juego con el tiempo, que recuerda a Hechizo del Tiempo (Groundhog Day, 1993), resulta bastante diferente al film de Harold Ramis. En ese genial clásico de los noventa, Phil Connors (Bill Murray) era obligado a repetir el mismo día hasta que lograra comprender como debía vivir su vida. En Cuestión de Tiempo (About Time) nuestro protagonista, el colorado Tim Lake (Domhnall Gleeson), tiene el control sobre esos viajes temporales. Por eso quizás muestra algo más complejo pero menos divertido, y tiene que ver con las decisiones que debe tomar una persona para el resto de su vida. La preocupación de Tim al comienzo está vinculada a la búsqueda de una novia (y ahí brilla con su aparición Rachel McAdams), porque el tipo es bastante aparato. Su objetivo posterior está vinculado a la familia. Este tema parece ocupar todo el espectro del relato, pero no solo mostrando su lugar como padre, sino también la del hogar que dejo, con su lugar como hijo. Porque este film es sobre la familia como centro del universo, si algo hay que achacarle (además de la obvia cursilería propia del director), es que resulta demasiado arraigado, enquistado en lo sanguíneo.

Curtis utiliza el truco temporal para darle un nuevo sentido a una historia de amor. Cuestión de Tiempo resulta romántica porque está anclada en la idea del amor romántico, idealizado, y gira alrededor de lo tradicional.

Es persistente sobre la familia y las relaciones parentales, que de tan perfectas, resultan un tanto ilusorias. El film destila una confortabilidad que a veces resulta demasiado apaciguadora y conformista. Nunca hay un cuestionamiento de ciertos parámetros, su familia, y nuestro protagonista, son tan buenos que por momento dan ganas de molestarse por cualquier otra. El padre, interpretado por el gran Bill Nighy, es divertido y justo. El resto (su madre, tío y hermana) tienen particularidades para configurar una “familia disfuncional”, pero todos despliegan corazón y conciencia, la comprensión es una constante. Entonces, en ese contexto, uno desea meterse en el film y quedarse ahí, pero si uno lo aplica a la realidad, quizás pueda sentir que le están tomando el pelo.

La idea conservadora está establecida en el propio universo del film, uno puede tomarlo o dejarlo. Ese mundo ideal donde la sensatez es la regla general, no posee la crudeza que puede existir en cualquier relación, se elige mostrar la alianza y la sonrisa de los chicos. El conflicto surge desde el exterior de la familia, de la vida misma, y los mínimos errores cometidos, son los que el protagonista puede resolver con sus viajes temporales, apaciguando la incertidumbre. Ante esta ausencia de riesgo fortuito, solo queda lo inevitable como final del camino. Pero a pesar de estos reparos, uno se deja llevar por sus personajes, sus relaciones y la sensibilidad expuesta. Mucho de eso tiene que ver con el sólido reparto (donde Nighy se lleva la gloria y Gleeson sorprende como comediante).Y aunque para el final se remarca lo que ya estaba expuesto, metiendo innecesariamente el manual de autoayuda en medio, el film ya hizo lo suficiente como para dejarlo pasar.