Cuestión de tiempo

Crítica de María Inés Di Cicco - La Nueva Provincia

Con moraleja y tema para hablar

A los 21 años, Tim se entera de que posee, como todos los hombres de su familia, la habilidad genética de viajar en el tiempo, aunque sólo puede aprovecharla para remediar los errores que cometió, los suyos, no los de la humanidad.
A partir de esta ventaja, y de las alternativas que se abren ante un hombre común, se construye la historia de Cuestión de tiempo, una comedia romántica que transcurre ante los ojos del espectador con la calma típica del cine británico, ése que permite degustar y digerir las capas que propone.
El director y guionista de esa cinta es el mismo que escribiera el libro de Cuatro bodas y un funeral y Un lugar llamado Notting Hill -carta de presentación y muestra de consagración de Hugh Grant ante el público de este lado del Atlántico- y realizador de Realmente amor, un cuento de amor multiestelar anglo-americano bastante enredado.
En Cuestión de tiempo, Curtis vuelve al estilo original y lleva al espectador a un viaje en el tiempo que habla de las dudas que todos los seres humanos tuvimos en algún momento acerca de qué cambiaríamos de nuestro pasado, hasta dónde retrocederíamos o a quienes volveríamos a elegir o dejaríamos en el camino si tuviéramos esa oportunidad,
El relato se desarrolla con humor y sensibilidad, y aunque sus vaivenes resultan por momentos excesivos no estorban en el resultado conjunto, donde la labor de Bill Nighy -como el padre de Tim- sirve de puente y bisagra.
Con introducción, nudo y desenlace acompañados por la voz en off del protagonista, el cuento de este título viene con moraleja incluida, una decisión que el director pudo haber obviado y dejado para el cinéfilo. Es eso, una decisión, y no le quita mérito a la intención del relato que deja tema para conversar.