Cuestión de tiempo

Crítica de Juan Pablo Schapira - Tranvías y Deseos

Escribiendo sobre “Blue Jasmine” recordé lo desaprovechada que está Rachel McAdams en “Medianoche en París”. Dueña de una belleza clásica y de una sonrisa de múltiples matices, McAdams nació para interpretar a “esa mujer que te cambia la vida”; y ese es el papel que le toca en “Cuestión de tiempo”. El nuevo film de Richard Curtis es uno de los mejores estrenos del año y a mí me desliza dos recordatorios principales que hago extensivos: a) La comedia romántica puede ser genial; de hecho, lo es cada vez que Curtis dirige la batuta; y b) En consecuencia, luego de ver esto es necesario revisar su obra para revalorizarla y engrandecer esta película aún más.

“Cuestión de tiempo” es sin duda la película más madura del director. Para no ponerle tanto peso a esta expresión, es justo decir que en esencia se trata de una historia de amor más (chico conoce a chica, se da cuenta que es el amor de su vida y aprovecha la capacidad que tiene de viajar en el tiempo para asegurarse de pasar el resto de sus días a su lado), que puede que Curtis no esperara que le saliera así de bien y que hay una cuota infaltable de cursilería –un rosa que lo inunda todo- que puede perdonarse si consideramos la herencia del género. Ahora, a pesar de que el director redobla la apuesta, apuntando a una mayor búsqueda temática y una amplitud y comprensión emocional de las relaciones interpersonales (el film no trata únicamente la pareja romántica y le da un enorme lugar a los lazos familiares), comedia romántica al fin, nos encontramos aquí con situaciones muy graciosas. Y esto es clave: lo cómico en “Cuestión de tiempo” no está explotado. A diferencia de gran parte de la comedia hollywoodense, la puesta en escena no acompaña ni remarca estos momentos con primeros planos o planos de reacción. Son consecuencia natural de las conversaciones; la película no está a la espera de eso y no tiene que estarlo el espectador. De este modo también se desperdician menos chistes. Dos de las comedias más ‘grandes’ de este año, la tercera parte de “Qué paso ayer” y la de los “Miller”, cargaban ametralladoras con chistes, muchos de los cuales no daban en el blanco haciendo que el efecto cómico perdiese efectividad.

Un halo de belleza y calidez invade la película y creo que en parte tiene que ver con la selección musical. Los instrumentos melódicos le ganan a los percutidos; los tonos mayores a los menores; las letras pocas veces son tristes aunque puedan serlo los momentos; muchas veces hay un silencio tremendo. Estos recursos, sumados al minimalismo de los personajes, meten al espectador en un verdadero trance. A través de ese minimalismo la película explora su planteo sobre las claves de la vida: aprovechar cada minuto, mirar profundamente al otro, acompañarlo y estar allí a veces sin siquiera decir nada. Querer, amar mucho y decirlo todas las veces que sea necesario. Películas como esta siguen desmitificando aquello de que los ingleses son fríos y distantes. Y no le den tanta vuelta a las reglas del viaje en el tiempo. Explican pasajes importantes de la trama pero no hay que enredarse. Es mejor pensarlas como excusa de las constantes elipsis que se ponen en juego. El tiempo pasa, y se va. Esta película lo sabe.