Cuestión de tiempo

Crítica de Alejandro Franco - Arlequin

Mientras que los americanos vomitan a mansalva toneladas de comedias románticas por año - entre las cuales quizás pueda encontrarse una potable entre miles de fallidas o clonadas -, los ingleses son de producción lenta y, usualmente, memorable. Ciertamente el cerebro detrás del 90% de las mejores comedias románticas de los últimos años es el inglés Richard Curtis, un tipo al que le sobra el talento para emocionar a las plateas ya que es el padre de Cuatro Bodas y Un Funeral, Nothing Hill, Love Actually, El Diario de Bridget Jones... eso sin contar de que es el co-autor de las series de culto Blackadder y Mr. Bean, monumentales éxitos televisivos que mostraron el genio de Curtis en la arena cómica. Cuestión de Tiempo es su tercera incursión como director y, si bien es una comedia romántica , la novedad consiste en incluir un elemento fantástico como es el de los viajes en el tiempo.
Aquí no se precisan máquinas victorianas ni DeLoreans modificados, sino que la cosa va por la memoria celular (o algo así), de manera que esta gente no puede viajar a Alemania de los años 30 y matar a Hitler, pero si puede retroceder en su propia vida a un punto determinado de la misma, corregir algo, y regresar al tiempo presente. Mientras que el artilugio suena prometedor, las aplicaciones prácticas que realiza Cuestión de Tiempo tienen fuerte tufillo a trampa, en donde las cosas funcionan cuando quiere y como quiere el libretista. Por ejemplo, hay un momento en que dos personas pueden volver al pasado, simplemente tomadas de la mano; o el hecho de que cada viaje en el tiempo modifica el orden de los espermatozoides que puede fecundar un óvulo, de manera que en cada regreso el protagonista se encuentra con un bebé diferente; o el tema de que no hay "efecto mariposa" (el viaje al pasado no necesariamente afecta el orden universal de las cosas, aún cuando sólo se diga una palabra de más, o se evita que una chica salga con determinado novio). Obviamente el mecanismo del viaje en el tiempo no tiene la misma rigurosidad lógica de Primer, sino que es mas un adorno del libreto para condimentar un poco las cosas. El protagonista puede ir y volver varias veces en una misma situación hasta obtener el resultado deseado - tal como Hechizo del Tiempo - pero, a diferencia del filme de Bill Murray, posee la capacidad de seguir avanzado en su propio destino y no está atado a ningún caprichoso efecto cíclico.

Mientras que el viaje en el tiempo es un dispositivo no muy convincente que digamos, el defecto del artilugio queda rápidamente subsanado por el encanto del libreto, desbordante de humor y emociones profundas. Curtis es un maestro para tocar las cuerdas sensibles del sentimiento humano, pintando personajes adorables dotados de una enorme humanidad - muchas veces escondida bajo una capa de hilarante excentricidad -. Aquí tenemos a Domhall Gleeson - un veterano de la saga Harry Potter (uno de los hermanos de Ron Weasley) -, un tipo desgarbado con cara de nene, y con unos tics que me hacen acordar a un joven Jeff Goldblum. Mientras que Gleeson no es exactamente apuesto y carismático, su perfil bajo termina por encantar a la platea debido a su torpeza y su nobleza inherente. El quiere un verdadero amor, y termina por encontrarlo en la americana Mary - Rachel McAdams, adorable como siempre -, con la cual hace click desde el primer momento de verla. Lo que sigue es el denodado esfuerzo por conquistarla, lo que se traduce en numerosos reintentos - cuando no, alguna alteración trágica del destino que determina una vía del tiempo en la cual ella no lo recuerda (otra manipulación carente de lógica por parte del libreto, hecha con el simple fin de agregarle algo de melodramatismo al asunto) - hasta que termina por seducirla y relacionarse con ella. Y una vez obtenido el objetivo - prácticamente a mitad de la película - lo que sigue es la expansión de la familia y el paso inevitable del tiempo, incluyendo la noticia de la trágica enfermedad de su padre (Bill Nighy). Oh, si, en ese momento el filme se pone cada vez mas sensiblero pero, como los personajes son deliciosos, da gusto pasar esos momentos - aun los semiamargos - en compañía de semejantes caracteres, ninguno de los cuales carece de interés.

Las actuaciones son formidables por igual: Domhall Gleeson es una grata sorpresa, Rachel MacAdams derrocha carisma como de costumbre, pero el ladrón compulsivo de escenas sigue siendo Bill Nighy. El tipo tiene un puñado de líneas soberbias y emocionantes - como el sentido discurso que le hace a su hijo en su boda -, y uno podría decir que todo el filme trata en realidad del amor profundo que sienten entre sí padre e hijo. A final de cuentas es su padre quien le revela el secreto, el que le guia en el uso de los viajes en el tiempo, el que le enseña sus consecuencias, y el que lo utiliza para reencontrarse una y otra vez en el pasado, aún cuando la muerte sea un acontecimiento inevitable. Desde ya que el romance con Rachel MacAdams es soberbio, pero el inicio y fin residen en el accionar de Nighy, el que está tan fantástico como sólo el puede hacerlo.

Cuestión de Tiempo tiene un gran romance y una excusa fantástica algo floja; pero está escrita con tanto gusto y sentimiento, que es fácil perdonarle la vida y olvidar las pifias de su imperfecta premisa. Tiene humor de calidad y tiene emociones a granel, y es una de esas peliculas que a uno lo renueva, refrescando la fe que tiene depositada en el cine como creador de fantasias maravillosas. Y aún cuando no sea un clásico ni cambie el curso de la historia, sin dudas será otra de esas cintas que uno debe conseguir y tener, siquiera para sacarle las telarañas al corazón y aplaudir las bondades de un libretista talentoso, ése que sabe como tocar las cuerdas mas íntimas del ser humano.

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