Cuentas del alma. Confesiones de una guerrillera

Crítica de Paraná Sendrós - Ámbito Financiero

Para entender algo de la historia contemporánea

Hay una canción de Rubén Blades con el mismo título de esta película. La canción habla sobre una mujer grande, ya madre, que ha sufrido lo suyo, y culmina diciendo «Hoy la miro y comprendo que ella aún piensa que las cuentas del alma no se acaban nunca de pagar».

Hay un momento del año, en la religión judía, en que cada persona debe recogerse a hacer el balance de su vida espiritual, y reflexionar sobre sus culpas y errores. A eso también se le llama «cuentas del alma».

La persona de nombre Miriam que ahora vemos en pantalla es, precisamente, una señora, ya madre, que ha sacado sus cuentas, confiesa sus culpas y errores, y siente lo que otros pueden pensar: que todavía está en falta, que siempre alguien querrá cobrarle lo que hizo o no hizo en el pasado. Por eso no está acá, sino lejos. En un pequeño pueblo de Israel.

La cámara llega hasta ahí, donde vive con la familia que tuvo la suerte de armar. De chica vivía en Córdoba, por eso habla hebreo con tonada. Vivía bien, pero le tocaron años de entusiasmo político y, como otros chicos de su colectividad, quiso participar de ese entusiasmo. Así es como, sin pensarlo demasiado, un día se descubrió miembro del Ejército Revolucionario del Pueblo. Con el grado de perejil.

Ahora evoca la infancia en una sociedad cerrada, la necesidad adolescente de aventuras, las peligrosas andanzas en medio de entusiastas e improvisados, la captura en los montes tucumanos, la mediática confesión pública que le salvó la vida (sin matar a nadie, según dice ella), el recelo de sus ex compañeros, la nueva identidad con que fue abandonada a su suerte en Paraguay, las sucesivas transformaciones, incluso religiosas, su amistad con el entonces padre Fernando Lugo (un cura de civil con pinta de langa sudamericano), el seguimiento de un militar argentino con aire de seductor, persistente aún después que «pasó todo», los riesgos de la vuelta, etcétera.

A la manera de «La secretaria de Hitler», la película es ella sola ahí sentada a la mesa contando su vida, su propia versión de su propia vida, frente a la cámara, y frente a las versiones oficiales de izquierda y derecha. Sin efectos sonoros, ni voces de archivo, ni bajada de línea, apenas con muy ocasionales insertos de fotos y recortes. Ella sola, y su alma.

En síntesis, un registro documental interesante, incluso atrapante, cargado de verdad humana, muy indicado para entender ciertas cosas de la historia contemporánea y la psicología del simple ser humano más allá de las arengas y los slogans. Autor, el también cordobés Mario Bomheker, el mismo de «Peregrino en Babilonia» y «Con un oído en el pueblo y otro en el Evangelio», sobre monseñor Angelelli. Cuando chico, Bomheker vio el espectáculo televisivo de esa muchacha confesándose públicamente arrepentida de su militancia. Durante años pensó que, después de utilizarla, los militares la habrían matado. O que la mataron sus ex compañeros. Más de 40 años después, supo que se había salvado, y no paró hasta localizarla, ganarse su confianza, y, con todo respeto, encender la cámara. Buen trabajo.