Cuatro muertos y ningún entierro

Crítica de Fernando López - La Nación

Aunque los toma como ejemplo, Cuatro muertos y ningún entierro está lejos de Los ocho sentenciados o Quinteto de la muerte , y tampoco alcanza la eficacia cómica de un producto británico bastante más reciente como Muerte en un funeral , pero proporciona un rato de entretenimiento y algunas risas a quienes disfrutan del humor negro, sobre todo si éste incluye situaciones absurdas y alguna pizca de suspenso. Una diferencia respecto de aquellos clásicos de la Ealing está en que en este caso, aunque los cadáveres abundan, no hay ni asesinatos ni quien se proponga cometerlos: todo es obra del azar. O casi, porque puede ser que el azar a veces necesite ayuda y aquí la tiene en dosis generosa: para eso están los dos inquilinos del deteriorado edificio donde transcurre la acción (dos fracasados aspirantes a artistas que llevan meses de atraso en el pago del alquiler y encima no son capaces ni de ajustar un tornillo) y el dueño de la propiedad, que no piensa gastar un centavo en reparaciones hasta que se pongan al día.

Así las cosas, no extraña que las estanterías se balanceen, los pomos de las puertas se aflojen y las arañas que penden del cielo raso resulten una verdadera amenaza. En esa casa, hasta un clarinete puede significar un peligro.

Y basta con que el destino disponga que ha llegado el día en que todo les saldrá mal a los dos protagonistas para que empiecen a sucederse las desgracias. Son varias, y tan absurdas que resultarían inexplicables, sobre todo para la policía. Así que en cuanto éstas se desatan, Mark (que cuida como puede de su hermano parapléjico, anda de mal en peor con su novia y acaba de pasar con más pena que gloria por un casting con Neil Jordan) recurre a su amigo Pierce, que se presenta como escritor, director y camarero pero es además borrachín y jugador. Quizá con su "experiencia de guionista" pueda armar una historia verosímil para justificar que en tan poco tiempo la casa se le haya llenado de finados. Al fin y al cabo, era Pierce quien había prometido filmar una película de la que sería protagonista.

Mark (Mark Doherty) y Pierce (Dylan Moran) son de esos personajes que por su torpeza (y por la simpatía de los actores, especialmente el segundo, más carismático y con un oficio de comediante mucho más rico que el de su hierático colega) se ganan la adhesión en la platea y generan suspenso con sus acciones, ya que nunca se sabe cuál será el nuevo paso equivocado que darán para complicarse cada vez más.

La dirección de Ian FitzGibbon impone a ratos cierto tono irónico en los ángulos que elige para su cámara o en los juegos de luz y sombra, pero no siempre consigue evitar algún bache en la acción, que se aplana en el último tramo hasta desembocar en un final que es eficaz, pero pudo haber tenido algo más de sorpresa.