Cuatreros

Crítica de Diego Lerer - Micropsia

Este quinto largometraje de la directora de “Los rubios” retoma varios de los temas personales y políticos de aquel filme para narrar, en un formato que bordea lo experimental, la historia de sus “fallidos” intentos por filmar una biografía del mítico bandido Isidro Velázquez, cuya historia se conecta con la de su propia familia. Con todo tipo de imágenes de archivo y su voz en off, Carri construye un fascinante y catártico repaso por los años más duros y violentos de la Argentina y sus repercusiones hasta la actualidad.

La más radical y experimental de las películas de la realizadora de GEMINIS la conecta de manera bastante directa con LOS RUBIOS, acaso su película más conocida y reconocida hasta la fecha. Aquí, como allá, Carri investiga sobre su pasado familiar de una manera cercana al diario personal, incluyendo anécdotas e historias del universo privado englobadas en el contexto de la última dictadura militar y los años que la precedieron. A diferencia de aquel filme, aquí Carri optó por no generar imágenes propias (o al menos no parece haberlas) sino narrar esa historia apoyándose en imágenes de archivo de todo tipo, presentadas la mayor parte de las veces mediante un intrincado, complejo y muy bien realizado trabajo de edición interna, ya que suelen ser tres o hasta cinco las imágenes que comparten la pantalla en un mismo momento, siendo el sonido el que va de algún modo dirigiendo la atención hacia uno u otro.

La forma casi experimental (de instalación, si se quiere) de CUATREROS no le quita poder ni urgencia ni interés dramático. Es que esas imágenes apoyan la mayor parte del tiempo el relato de la propia Carri. Pero no lo hacen de una forma líneal sino como un suerte de montaje de atracciones, de asociación libre, a partir del cual el espectador puede conectar voz en off con las distintas imágenes que se ven sin que necesariamente esas imágenes tengan que ver específicamente con lo que se cuenta. Lo que sí hacen es generar un clima de época que envuelve a las palabras de la directora y casi transporta al espectador –al menos a los que que tenemos alguna memoria infantil de la dictadura– a esa época: noticieros, publicidades, escenas de programas de TV, películas, etc.

Este material –exraordinariamente compilado junto a Leandro Listorti– incluye también material más viejo o más nuevo, escenas de películas clásicas y otros materiales muy poco o nunca vistos de desconocida procedencia. Todo puesto a jugar y a “devolver paredes” con el relato de Carri. ¿Cuál es ese relato? Albertina quiere investigar acerca de Isidro Velázquez, el gaucho rebelde cuyos robos y asesinatos preferentemente en la zona del Chaco en los años ’60 fueron los generadores de un libro (“Isidro Velázquez: formas prerevolucionarias de la violencia”) que escribió Roberto Carri, el desaparecido padre de la realizadora. No sólo eso. A partir de ese libro, el realizador Pablo Szir filmó una película (LOS VELAZQUEZ) que al día de hoy continúa inhallable y su director, también desaparecido.

CUATREROS podría considerarse más el diario de la investigación de Carri por hacer una película sobre Isidro Velázquez que una estrictamente sobre su figura. Si bien la historia del gaucho se cuenta de forma un tanto confusa o apresurada a lo largo del relato, lo que le interesa a la realizadora es poner los hechos de Velázquez en contexto y, a la vez, intentar trazar un paralelo entre la pobreza y desolación que lo llevó a actuar con la situación que se vive aún hoy en esas zonas. Esa “preproducción” pública de la película es un ir y venir de Carri por el país, entrevistando gente y conversando con pares, investigando en libros y viajando a los lugares en los que Velázquez actuó y donde aún viven algunos de sus descendientes. Y ella lo relata con un tono íntimo y casual, personal al punto de entrar en detalles de su vida privada (su embarazo, su relación de pareja, etc) y, como ya había hecho en LOS RUBIOS, revelando buena parte del detrás de escena de la cocina de la industria de cine local.

Eso incluye sus narraciones de encuentros con el cineasta Mariano Llinás, el historiador de cine y coleccionista Fernando Martín Peña y la productora Lita Stantic –que fue la mujer de Szir y estuvo en la filmación de la mítica película–, quienes la van guiando (o no) a lo largo de esta investigación en una parte del relato que seguramente será más fascinante para quienes conocemos (personalmente o, al menos, de nombre) a los citados, ya que otra parte de los espectadores puede quedarse un tanto afuera de ese lanzamiento de nombres un tanto descontextualizados. Da la impresión que para Carri no es ese un problema: tiene claro a qué público se dirige (CUATREROS no intenta ser una película masiva) y sabe que el espectador podrá perderse algún detalle pero la seguirá en el potente recorrido de su historia e investigación.

Es fundamental, de todos modos, volver sobre el material de archivo en sí, sin el cual la película no tendría la potencia que tiene. Es revelador ver, cuatro décadas después o más, algunoos avisos de “prevención” de la dictadura (uno de animación sobre los “extremistas” como el cáncer de la sociedad parece sacado de un programa de Capusotto), las propias publicidades comerciales y hasta la forma en la que actuaban los periodistas de la época cubriendo casos de secuestros o desapariciones. El hecho de que no necesariamente se relacionen directamente con lo que Albertina narra aumenta los sentidos no solo del relato sino de la propia película, transformando su relato sobre la búsqueda de la película desaparecida (y la de sus padres) en una suerte de experiencia audiovisual sobre las décadas más violentas de la Argentina, experiencia que sigue rebotando –en las noticias de cada día– hasta hoy. Una película extraordinaria.