Cuando ya no esté

Crítica de Mariano Casas Di Nardo. - La Prensa

Lo positivo de los lugares comunes es que pueden ser utilizados como guía. No sorprenden, no nos tienen expectantes, entonces uno se relaja y se deja llevar por caminos conocidos, disfrutando los paisajes y recordando con mayor o menor nostalgia la fibra que le toque a cada uno. Además, ya se sabe de antemano si vale comprar esa travesía o no.

En los primeros minutos de `Cuando ya no esté' se visualiza el sendero por el cual transcurrirá la historia, con la garantía de Gustavo Garzón, quien con su penetrante actuación anticipa que estamos frente a una gran película. Se intuye y todo lo que sigue lo confirma.­

`Cuando ya no esté' aborda la vida de Arturo (Garzón), un ingeniero de existencia chata al que le diagnostican una enfermedad terminal. Situación que lo pone entre derrumbarse en lo apático de su vida o reinventarse y vivir con alegría lo que le quede de tiempo. Claro, la segunda opción no encuadra con su forma de ser, por lo que las cartas ya parecen echadas. Sin embargo, Arturo no está solo en la vida, su enérgica y vital mujer Virginia (gran trabajo de Noemí Frenkel) parece estar en otra dimensión aunque está a su lado. Ella en colores, él en gris. Pero todo cambia cuando Arturo, por un encuentro fortuito, conoce a un misterioso hombre que parece tener la solución a su dilema con simples acciones. Así, su bella mujer refuerza su identidad, el hijo -con quien está distanciado desde hace años- vuelve a tomar protagonismo y vínculos secundarios toman preponderancia. La intención es mejorar su salud para tener la posibilidad de operarse y curarse; o en caso contrario, dejar un recuerdo más festivo en los que continúan en el plano de la vida.­

­REDENCION­

Como autor y director, Martín Viaggio se luce en la creación del guion y luego, en cómo plasma una historia de redención, introspección y de una interesante reflexión para entender por dónde pasan los vínculos.

La elección de los protagonistas es pura. Garzón y Frenkel logran momentos de una intimidad increíblemente real. Algunos desconcertantes cortes y cambios de ritmo nos sacuden por momentos, pero no logran sacarnos del idilio en el que estamos.­

Ya en el epílogo, dos finales cierran la película. Uno, el real, el que esperábamos. Y luego el otro, un poco más metafórico, con unos monólogos medio perdidos que no hacen al punto. La película ya había llegado al corazón.­