Cuando los chanchos vuelen

Crítica de Rodolfo Weisskirch - A Sala Llena

Actitud Conciliatoria

Es muy fácil tomar una posición de intermediario cuando uno no pertenece a ningún bando en una disputa.

Muchas veces, un director se siente atraído por cumplir el rol de pacifista y conciliador en conflictos internacionales que no se relacionan directamente con su propia nacionalidad.

¿Cuántas veces hemos visto a directores extranjeros venir a filmar historias de desaparecidos a la Argentina? La mayoría vienen con las mejores intenciones pero terminan por confundir los hechos, cometer errores históricos y banalizar el conflicto.

En Hollywood, este tema no solamente toma una actitud patética, sino también xenofóbica, torpe e inepta.

A pesar de los bienintencionados motivos que haya tenido Sylvain Estival al querer mediar en el conflicto entre palestinos e israelíes en la Franja de Gaza, lo que comienza como una metáfora inteligente acerca de las diferencias y similitudes culturales entre ambos territorios se termina convirtiendo en una obra excesivamente inverosímil, que juega con un humor absurdo, satirizando situaciones demasiado serias y, encima, sin definir un tono, una posición.

Otras obras como La Vida es Bella de Benigni o El Tren de la Vida de Mihaileainu han hecho sátiras del Holocausto que provocaron numerosas críticas, pero que al final mostraban que, a pesar del juego y el humor, hay ciertas cosas que no se pueden banalizar. Pero Estival es más optimista y además retrata un conflicto contemporáneo.

Uno puede fantasear con un final ideal y mágico como el que propone el director francés, pero llegar al punto de burlarse de los terroristas que se inmolan en nombre de la religión es jugar en una línea que insulta al verosímil y a la inteligencia del espectador. Verosímil que quiere generar -por lo menos- en la primera mitad del metraje.

Porque hasta la hora diez de metraje el relato tiene coherencia, la narración fluye y el punto de vista es simpático. Como para judíos y musulmanes el cerdo es un animal pecaminoso, la metáfora sirve para demostrar que un muro no puede dividir a dos grupos de seres humanos que piensan igual y que tienen similares propósitos y costumbres. Este tema, además, ya lo exploró con mayor honestidad y sutileza Elia Suleiman en Intervención Divina y El Tiempo que Queda.

Aun cuando por momentos se pone grotesca y un poco delirante en su tono, la excelente interpretación de su protagonista -Sasson Gabai- posibilita que simpaticemos con su patetismo, nos encariñemos, nos pongamos de su lado. En cambio, Estival apunta contra los soldados y líderes fundamentalistas, su crítica y alegato. Es una película que se opone a las normas religiosas, los prejuicios, los dogmas, pero sin explicar o al menos justificar el punto de vista de los protagonistas. El cuento está obviamente calculado para la sociedad occidental de “libre pensamiento”.

Pero ¿cómo lo vería el protagonista? ¿Por qué subestimarlo? Sin llegar al extremo de la “pornografía de la miseria” (no me gusta el término pero es aplicable para el caso) de ¿Quién quiere ser Millonario? -en la que, además, la estética y la violencia gráfica no hacían más que enfatizar el conflicto desde ojos británicos exhortando cualquier tipo de culpa-, Estival quiere crear la paz llevando las situaciones al ridículo pero sin la sutileza que tenía en la primera mitad del relato.

En este caso, no alcanza con tener buenas intenciones y excelentes intérpretes. De hecho, siguiendo la misma línea temática, El Paraíso Ahora de Harry Abu Assad es más inteligente, profunda, irónica y efectiva en términos críticos. En ella se mostraba el fundamentalismo pero desde el punto de vista interno y con verosimilitud. Esto provocaba que la tensión cinematográfica que se transmitía contagiara al espectador.

Estival es transparente en su narración, discursivo, obvio y se le desborda el relato con el conflicto que desea evitar al principio y que, después, expone a gran escala. Más allá de eso, tampoco se puede hablar de un estilo visual atractivo que justifique el tono “liviano”, “soñador”, “fantasioso“. No hay poesía ni lirismo mediante. Tampoco se da pie a una discusión. En El Último Día de Danis Tanovic, al menos, el intenso final daba lugar a una mínima reflexión; acá se pretende generar humor y empatía apelando al cariño por los personajes, enfatizando el tono lúdico en forma forzosa, siguiendo el patrón de realismo mágico que Kusturica aplicó a sus últimas obras de ficción, pero sin la estilización ni la potencia visual del realizador yugoslavo. Esta vuelta de tuerca con pretensiones metafóricas termina por confundir la narración y provocar un efecto demagógico.

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