Cuando las luces se apagan

Crítica de María Paula Rios - Cinepapaya

Cuando se apagan las luces nuestros miedos primarios se encienden

El director David F. Sandberg comenzó con el juego de los monstruos en la oscuridad con su corto, de título homónimo a la película, que se viralizó de forma inmediata en la web. Desarrollando el concepto de la historia, crea un largometraje basado en la vida de dos hermanos que padecen un mismo “mal”. Ambos, en su casa materna, en la oscuridad ven una especie de monstruo, algo que no pueden descifrar qué es.

Debido a estos incidentes y a la muere de su padre, la hermana mayor hace tiempo que se fue del hogar. Ahora la misma secuencia se repite con su hermanito menor, sumada a la inestabilidad psicológica de su madre, quien vive hablando sola entre sombras. Desde la secuencia inicial se nos deja bien en claro que en la oscuridad se materializa un ente indescifrable con garras afiladas y una fuerza sobrehumana, que seguirá específicamente, y a todas partes, a los miembros de esta familia, incluso los dañará.

Entonces, aquí lo importante es que este ser es una amenaza, por lo que los hermanos se pondrán a investigar “qué” los persigue. Y todo apunta hacia su madre, quien de adolescente estuvo internada en un hospital psiquiátrico y allí sostenía un extraño vínculo simbiótico con una amiga muy “especial”.

Estamos ante una narración que va in crescendo hasta descubrir que detrás del miedo también hay un gran drama. Un pasado difícil, en el que la sombra y los temores ocultos del inconsciente adoptan múltiples formas y hasta se materializan. Un sufrimiento que escapa a la razón y a los deseos. Precisamente, es una pena que el director no explore con mayor detenimiento ese lado, la próspera psicología de los personajes y sus dramas, David F. Sandberg apuesta por lo seguro concentrándose solo en una construcción de puesta en escena y una confección de climas tan efectiva como efectista.