Cuadros en la oscuridad

Crítica de Fernando Sandro - El Espectador Avezado

La segunda película de Paula Markovich, "Cuadros en la oscuridad", es un peculiar y sensible relato a modo de homenaje hacia su padre, un artista que nunca llegó a exponer sus obras. Dice la definición de insilio, “condición psicológica de auto encierro o destierro de uno mismo creado por el propio orden político”, o sea lo contrario al exilio, con sus mismos efectos.
Durante su primera presentación en 2017 en el marco del Festival Internacional de Cine de Morelia, Paula Markovich, decía de "Cuadros en la oscuridad": “Está inspirada en la vida de mi padre, un pintor que no expuso su obra. El origen de ello está en la dictadura, en el insilio, hubo gente que se escondió dentro del territorio nacional, en muchos casos en pequeños pueblos”.
Paula Markovich es hija de Armando, un pintor con una obra desconocida, que nunca llegó a exponer en una galería, ni a presentar sus obras en público. Pero, frente a la opción lógica de realizar un documental evocativo, o en todo caso una biopic; no, Paula Markovich decide narrar una historia de ficción utilizando como protagonista a una suerte de alter ego de su padre, Marcos (Alvin Astorga), también un artista desconocido que nunca llegó a exponer su material, y no permite que nadie lo descubra.
La obra de Armando estuvo prohibida, por lo que era imposible que se presentara, y él sin irse del país, se escondió dentro de las zonas recónditas de nuestro país, llevándose consigo un material que nunca vio la luz pública. Ahora, con "Cuadros en la oscuridad", su hija, busca darle la relevancia necesaria, y también plasmar un testimonio social que excede lo personal.
En ese marco de ficción, situado en Córdoba, Marcos de 65 años trabaja en una estación de servicios y tiene poco contacto con el exterior. Vive en un barrio carenciado, y quienes lo rodean poco conocen de su existencia. Tan grande es este anonimato, que Luis (Maico Padral) se mete en su casa creyéndola deshabitada para saquearle algún material, y así poder seguir manteniendo el vínculo tóxico que mantiene con sus compañeros absorbidos por la marginalidad.
Luís, de 13 años, no vislumbra ningún futuro, pareciera carecer de empatía, se droga, vive sus días en la calle con los suyos, delinque, y no siente ningún tipo de solución cercana.
En ese choque en la casa de Marcos, se encuentra con una serie de cuadros que son obra del dueño de casa; un artista comunista perseguido por la dictadura que debió ocultarse de la luz pública, y así nunca exhibir su arte censurado.
Al principio, la relación entre Marcos y Luis es difícil, sino imposible; pero pronto irán hallando los puntos de encuentro, y surgirá algo cercano a la amistad, o a un vínculo paterno filial de comprensión y compañía mutua. Mediante las enseñanzas pictóricas, Luís irá conociendo un mundo nuevo que lo aleja de ese sector marginal.
Descubre la importancia de los colores, en el arte y en la vida, y cómo estos se mezclan para formar algo maravilloso que no debe quedar oculto. Pero el entorno es complicado, y puede volver a entorpecer cualquier tipo de salida. Markovich, guionista de la reconocida Temporada de patos, con la cual mantiene algún punto en común, plantea una propuesta chica, minimalista, que busca las emociones en los detalles.
Pocos personajes, un ambiente cerrado, sombras y colores opacos, y mucha marginalidad alrededor. No se intenta disfrazar la situación mediante un realismo mágico, o algún código esperanzador, las cosas son como son. A Marcos la dictadura le prohibió salir a luz pública, a Luís, la coyuntura socio económica del capitalismo salvaje tampoco le deja asomar la cabeza.
Escasos diálogos, una utilización mínima de la música a modo incidental para remarcar algún momento sensible, mucho sonido ambiente, y acciones mínimas más que grandes hechos movilizantes. Cuadros en la oscuridad puede parecer narrar una anécdota, una historia mínima, oculta, dentro de un marco más grande; y quizás ahí esté la mayor analogía en función homenaje a la obra de su padre.
Esa imposibilidad o prohibición a un artista de presentar su obra y obligarlo a mantenerse oculto, es también un cuadro si se quiere anecdótico o singular dentro de un contexto de censura y represión mucho más grande, y que pasada la dictadura se reformuló en modo de una marginalidad que no permite progresar. "Cuadros en la oscuridad" no es un film para aquellos que esperan grandes películas, ni algo contundente; menos aún un ritmo apresurado.
Es un film simple, pequeño, muchas veces doloroso, gráfico en los detalles, y de un ritmo (a veces excesivamente) lento. Algunas circunstancias remarcadas o subrayados – más en una propuesta de corta duración –, y un simbolismo un poco obvio sobre un final esperado y evidente, no dejan que su mensaje emocional llegue siempre con la contundencia de sus inicios más sutiles.
Astorga y Padral tienen una química verosímil, y el último se destaca como un joven lo suficientemente expresivo. Con altibajos, "Cuadros en la oscuridad" es un homenaje personal que escapa a las reglas básicas, y se expande como una denuncia social con ejes en el pasado y el presente. Paula Markovich se destaca como una realizadora con un discurso interesante al que habrá que prestarle atención.