Cry Macho

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Los machos sí lloran

El cineasta vuelve a dirigirse en una suerte de western en el que, tal vez, cumpla su última actuación.

Desde hace un tiempo Clint Eastwood está más preocupado por contar historias de personajes que han tenido su momento de apogeo, pero que en el presente solo batallan, solos, por imponer sus ideales.

La suerte les es esquiva, a sus protagonistas, y también en taquilla a algunas de las películas del director de Los imperdonables. Cry Macho, por momentos, pareciera realizada como en control remoto. Como que le falta fuerza, dinamismo, un punch que Clint, a los 91 años, supo mostrar como arma letal en la nombrada ganadora al Oscar, en Million Dollar Baby o en Río Místico.

Tras pasar por muchas manos de intérpretes que querían protagonizarla -de Burt Lancaster a Arnold Schwarzenegger-, Cry Macho refiere a la relación entre Mike Milo, una ex estrella del rodeo y cuidador de caballos, y un adolescente mexicano.

El ex jefe de Mike, al que el cowboy le debe unos cuántos favores, le hace un encargo. Que cruce la frontera, llegue a Ciudad de México y le traiga de vuelta a su hijo. Parece que Rafa (Eduardo Minett) está siendo abusado, su madre no está con él. A regañadientes, balbuceando como le gusta hacer a Clint, a Mike no le queda otra que aceptar el pedido.

Se sube a la camioneta, cruza la frontera y se cruza con personajes nefastos, y otros que resultan la contracara. Sin realizar un análisis sociológico, en la película queda en blanco sobre negro que hay mexicanos buenos y mexicanos malos. No hay matices, ni tampoco Clint se ha tomado demasiado tiempo como para profundizarlo.

El amigo mexicano

Sí ha hecho hincapié en la relación de Mike con Rafa. Mike es, como muchos personajes personificados por Eastwood, un hombre de hechos y no de palabras.

Pero aquí Mike tiene un extenso monólogo sobre lo que es el machismo. Lo hace manejando en la ruta, en respuesta a lo que Rafa entiende que es un “macho”.

Y Macho es el nombre del gallo de riña con el que el joven se ganaba la vida, ya que vivía en las calles.

Esa contraposición, entre lo que cree uno y el otro, también juega en el espejo de lo que el adulto y el joven se ven, reflejados en el otro.

De no ser por Eastwood, la película se perdería como un relato menor. Pero está ese corazón latiendo, bombeando sangre pura que la mantiene en pie.