Cruzadas

Crítica de Gustavo Castagna - Tiempo Argentino

Una fallida intención de grotesco

Hay un aspecto, fundamental para sus intenciones, que en Cruzadas no funciona desde la primera escena: no causa gracia. También se traslucen otros desatinos: el raquítico ritmo que gobierna las escenas, los textos que acumulan groserías y chistes en momentos inadecuados, algunos números musicales de inmediato olvido y una trama que funciona a los tropezones pero que, al primer traspié (cinco minutos de película), cae en un pozo ciego y sin salvación alguna.
Hay tres actores muy conocidos fuera de sus arquetipos habituales: Moria Casán es la primera heredera de un imperio periodístico y multimediático; Nacha Guevara encarna a una reina bailantera y aparece para compartir la herencia; y Enrique Pinti es el padre de ambas con sus 96 años maquillados para la ocasión. A los tres se los ve incómodos: la primera hace algunos mohínes, tal vez recordando a Rita Turdero, la segunda canta un tema de Gilda, y el tercero, habla bajito hasta que gesticula y grita a viva voz por San Lorenzo (¿?).
Hay cameos o intervenciones secundarias que tampoco dignifican la actuación en cine. Por allí, se ve desconcertado a Claudio Rissi y en una escena aparece Hernán Caire presentando a Damas Gratis. Y cantan, claro.
Hay un director que tal vez pretendió hacer una película grotesca-kitsch al estilo Esperando la carroza, pero el resultado final transforma al film de Alejandro Doria en una obra maestra del cine de cualquier época.
Hay extensos créditos en el desenlace, donde se muestran errores y equívocos y algún momento que quedó afuera del final cut. Allí se observa una leve discusión entre las divas Nacha y Moria que no hace olvidar a Bette Davis y Joan Crawford en ¿Qué pasó con Baby Jane? Ni ahí.
Y hay alguien que aparece cuando terminan los créditos. Es Pablo Lescano, líder de Damas Gratis, quien nos mira y pregunta si la película nos gustó. En fin.