Cruella

Crítica de Natalia Trzenko - La Nación

En otro intento de Hollywood por rehabilitar a algunos de sus villanos más emblemáticos y darle al público una explicación sobre el origen de su maldad, ahora le llegó el turno a Cruella De Vil, la fantástica malvada de 101 dálmatas, el clásico de animación de Disney, que hace unos años tuvo también su versión de carne, hueso y deliciosa irreverencia a cargo de Glenn Close. Ahora es el turno de la talentosa Emma Stone de personificar a la mujer del pelo bicolor y pasión por los abrigos de piel. Si con Maléfica la mala del cuento ganó espesura y justificación para sus caprichos y desplantes, y en Guasón se le asignó al enemigo de Batman una historia de enfermedad mental, Cruella toma prestado algo de cada uno para retratar a un personaje y, lejos de sumarle interés genuino, la película termina por negar las características más salientes de Cruella ¿Eso de que mata perritos para hacerse abrigos? Un malentendido. ¿Aquello de que sus secuaces eran dos tontos sin sentimientos ni conciencia? Nada que ver. Cada vez que el film dirigido por Craig Gillespie (Yo soy Tonya), hace referencia a algún elemento de 101 dálmatas, lo único que consigue es un levísimo reconocimiento y extender su exagerada duración.

El relato, que comienza a mitad de los años 60 y se desarrolla en el Londres de los 70, utiliza la música e iconografía de esa época y el incipiente movimiento punk como telón de fondo de la historia de Stella, una joven que desde la infancia hace esfuerzos por encajar sin lograrlo y quien incluso desde niña es consciente de tener un alter ego tan cruel que su madre la bautiza como Cruella.

Decidida a sobrevivir luego de quedar huérfana y traumatizada por la violenta muerte de su madre –lo que justificaría su odio por los dálmatas– Stella se une a un dúo de ladrones con los que crece cometiendo pequeños robos por la ciudad. Claro que su sueño es ser diseñadora de modas, una carrera que por fin podrá poner en marcha cuando se cruce en el camino de la exitosa Baronesa (Emma Thompson), una ambiciosa dictadora de la moda. En el enfrentamiento entre la joven dispuesta a volar el status quo por los aires y la convicción de la veterana de que nadie podrá superarla reside el lado más interesante del cuento, que por momentos se torna más oscuro de lo que se suele esperar de una producción de Disney.

Para darle ese filo, la película cuenta con las fantásticas interpretaciones de Emma Stone y Emma Thompson: juntas y por separado le sacan todo el provecho imaginable a dos personajes delineados con cierto esquematismo con el que ellas arrasan en cada escena. Con el cambio casi imperceptible pero fundamental que consigue Stone cada vez que “su lado Cruella” le gana la partida a la más bondadosa Stella, hasta el verdadero festín de frases tajantes y cejas enarcadas que reparte Thompson, la película gana la vitalidad que la segunda mitad de la narración necesita con desesperación.

Sin ellas ni el prodigioso diseño de vestuario a cargo de la ganadora del Oscar Jenny Beavan, que resulta en un homenaje a la industria de la moda británica, Cruella se desdibuja entre innecesarios giros del guion y demasiadas referencias a su historia de origen que, como demuestra la película, puede causar más problemas de los necesarios.