Crónicas de un affair

Crítica de Mariano Casas Di Nardo. - La Prensa

La grandeza y calidad del capitán de cualquier embarcación reside en llegar a puerto en tiempo y forma. Ya sea con un crucero de lujo o con una balsa corroída a la que le reemplazó la vela por su ropa tendida. Emmanuel Mouret llega a los cines argentinos más con la segunda descripción que con la primera. Un rejunte de piezas inconexas de dudosa procedencia que en el cuadro final se vuelve bello a los sentidos. El tema es el amor; su acierto, la forma en que lo muestra.­

Charlotte y Simon son dos amantes que desde el inicio dejan en claro los rieles por los cuales transitará la relación. El es torpe, culposo y tímido en la práctica pero curioso en la teoría. Ella, madre soltera, pragmática, concreta y sincera. Él no sabe qué está haciendo con una mujer que no es la madre de sus hijos; ella se asume amante por esencia, sin prioridad ni derechos. El amor para ella se reduce a encuentros furtivos y apasionados; para él, no lo sabemos.­

Y así, bajo estos axiomas, 'Crónicas de una affair' se cuenta a modo de calendario, encuentro tras encuentro, fecha tras fecha. Ellos lo niegan pero lo cierto es que es la historia de un romance inesperado y expansivo. El autor y director tampoco lo reconoce, al menos desde la forma clásica. Desde el tópico. El cliché. Desde esa belleza de las simples cosas y, sobre todo, desde la sutileza. Entonces ella es mayor, ronda los 50 y algo. Él es menor pero con barba y petiso. No son el uno para el otro en lo visual, pero sí en el plano discursivo.

­ASPERA POESIA­

El filme se refleja en la filmografía de Woody Allen y con la trilogía de Richard Linklater ('Antes del amanecer', '...del atardecer' y '...de la medianoche'). Diálogos extenuantes y fríos, poca acción epidérmica, fotografía y banda de sonido de altos valores de glucosa pero de esencia desabrida. Así es la dicotomía con la que se juega en todo momento. ¿Es creíble? Absolutamente sí.­

Ella es nada menos que Sandrine Kiberlain, a quien podríamos ver en loop y quedar hipnotizados de su suavidad actoral, y él es Vincent Macaigne, quien endiosa en todo momento la figura de Charlotte y así rubrica la decisión del director de unirlos en esta crónica sentimental que desde su inorganicidad, conquista. Los conflictos, los giros en la historia y lo claro de esta sinuosa y áspera poesía del corazón quedan para la sorpresa del espectador. Lo único que hay que destacar es que termina como tiene que terminar.