Cristiada

Crítica de Gaspar Zimerman - Clarín

A Dios rezando y con los rifles disparando

Gracias a Cristiada, los no iniciados en la historia de México nos enteramos de que, entre 1926 y 1929, en ese país hubo una guerra civil conocida como Guerra Cristera, que enfrentó al gobierno de Plutarco Elías Calles con el grupo de los denominados Cristeros. El motivo: Calles, un presidente elegido democráticamente, intentó limitar el accionar de la Iglesia católica mediante la reglamentación de un artículo de la constitución mexicana de 1917. Grupos católicos se alzaron en armas contra las nuevas disposiciones: el resultado fue un enfrentamiento que duró tres años y causó 90 mil muertes.

Un punto de partida interesante. El problema es que la película toma partido abiertamente por los Cristeros, desdeña todos los matices y complejidades que el asunto podría -y debería- haber tenido y, así, se convierte en un panfleto. Los personajes carecen de profundidad: los buenos son buenísimos y los malos, malísimos. Es difícil que algún actor se luzca cuando debe repetir diálogos que están entre el heroísmo y el ridículo. Aquí fracasan todos, empezando por Andy García, Rubén Blades, Peter O’Toole, Eva Longoria y Catalina Sandino Moreno, las figuras de un elenco integrado en su mayoría por mexicanos.

Este es otro inconveniente: a pesar de que casi todo es mexicano (la historia, la producción, las locaciones y, lo dicho, parte del elenco), la película está hablada en inglés por motivos evidentemente comerciales. Una típica convención de Hollywood que siempre molesta, y en este caso más que nunca: durante dos horas y veinte hay que soportar un inglés con acento mexicano que vuelve todo muy poco creíble. Que de vez en cuando aparezcan frases en castellano (como “¡Viva Cristo Rey!”) sólo empeora el panorama.

En su opera prima, Dean Wright -productor de efectos especiales en Titanic y El señor de los anillos, entre otras- hizo un drama épico al estilo de superproducciones hollywoodenses como Lo que el viento se llevó. Y, hay que decirlo, los escenarios naturales están muy bien filmados. Pero los paisajes se ven arruinados por una banda de sonido que todo el tiempo trata de emocionarnos, subrayando cuán dramático y glorioso es todo, y lo único que consigue es terminar de empujarnos hacia el ateísmo.