Crímenes imposibles

Crítica de Marcelo Cafferata - El Espectador Avezado

Hernán Findling, director de “Fermín” (2013), protagonizada por Héctor Alterio y Gastón Pauls, cambia completamente de registro para adentrarse en una historia que juega con lo sobrenatural, el mundo onírico, coqueteando también con el thriller y el terror.
El cóctel propuesto en “CRIMENES IMPOSIBLES” realmente pretender mezclar varias recetas que por un lado la hacen sumamente previsible pero, por el otro, deja una sensación de trabajo de “cortar y pegar” diversas situaciones que en su organización presentan algunos saltos narrativos y ciertas decisiones del guion que orillan lo incomprensible.
En un primer momento, la historia se presenta como la de un escritor (Federico Bal) que ha acompañado a su hermana en un proceso de enfermedad terminal aparentemente prolongado, que ha desembocado en su muerte, la que todavía lo afecta profundamente.
Al poco tiempo, y decidiendo hacer un descanso, emprende un viaje familiar con su esposa e hijo, que finaliza en un accidente fatal en donde solamente él será quien sobreviva.
Manejando un abrupto salto temporal, veremos al propio protagonista cumpliendo su rol de investigador, un raro detective que se verá involucrado en la investigación de una extraña serie de asesinatos –nunca se logra determinar si la rareza del personaje es por la dudosa actuación de Bal, si responde a exigencias del guion o si es el director quien no ha podido dar una clara marcación de lo que se esperaba de su protagonista-.
A estos crímenes imposibles del título no se les encuentra ninguna causa aparente ni una explicación.
Seguiremos entonces lo más atentamente posible las vicisitudes de esta monja que se entrecruza en el camino del investigador, inculpándose a sí misma, aportando datos de las escenas del crimen que sólo podrían ofrecerlas aquellos que hayan estado presentes en el lugar y en ese momento.
En la figura de esta secular (encarnada por Sofía del Tuffo) aparece la presencia de la religión dentro de la trama criminal, emparentando automáticamente su figura de inocencia ambigua, con los grandes clásicos del cine del terror en los que la religión se ha hecho presente y más aun subrayando este vínculo en la figura de la religiosa que es la víctima icónica dentro de cine de género.
De todos modos, aun cuando se ampara dentro de ese cliché, este personaje es casi lo único que medianamente funciona dentro de la película que toma giros, marchas y contramarchas, queriendo sorprender al espectador, pero generando en realidad más confusión que sorpresa. Giros que se tornan demasiado abusivos y que, en muchas ocasiones, pierden el verosímil muy rápidamente.
Findling no logra tampoco una coherencia en la puesta en escena o en el diseño de arte y veremos, por ejemplo al personaje de Bal en su oficina de investigador, rodeado de algunos objetos tecnológicos modernos cuando de repente, suena un teléfono y es uno de esos a botonera o aquellos otros que tenían la rueda/ dial para discar.
Es inevitable sentir un cierto desconcierto provocado por lo que pretende ser una “matrix” en donde no hay tiempo ni espacio, pero que con el tono narrativo que presenta el filme se convierte en un territorio desordenado y caótico.
Permanentemente, un enorme signo de pregunta azota al espectador que intenta atar cabos: al mismo tiempo que “CRIMENES IMPOSIBLES” es un enorme patchwork de cosas ya vistas, mezcla todas las ideas, apostando todas sus fichas al efecto sorpresa que nos reserva para el final.
Así, con este formato, el guion de Nora Sarti apunta a ese final que nos premita redefinir, en cierto modo, la lectura general de todo lo ocurrido en el filme: un juego que ya fue mostrado en el cine en reiteradas ocasiones, con resultados dispares ya que sabemos que es un mecanismo que representa un arma de doble filo.
En ciertas ocasiones -siendo icónico el ejemplo de “Sexto Sentido” de Syamalan pero también utilizado por Brian de Palma, emulando al gran Alfred Hitchcock- el efecto que producen este tipo de “sorpresas” sobre el final del filme, deja al espectador en un estado de admiración tal como quienes se paran frente al mago a observar su truco de magia sorprendidos y por lo tanto ese “truco” se lo recuerda como algo sumamente positivo.
Pero poco de esto sucede en “CRIMENES IMPOSIBLES” que termina resolviéndolo todo con trazo demasiado grueso, quebrando cualquier mínima lógica. Pasado y presente fluctúan en un no tiempo narrativo que en principio le da un cierto aire de intriga a la trama, pero que luego no puede sostenerlo, cayendo en situaciones de trazo grueso que se potencian con algunas actuaciones completamente fuera de registro.
Más allá de las nobles intenciones, esta nueva obra de Fieldling respira un aire fallido y de copia burda de cosas ya vistas dentro del género, intentando “refritar” ideas, sin lograrlo bajo ningún punto de vista.