Criaturas nocturnas

Crítica de Guillo Teg - El rincón del cinéfilo

Hace un par de años se estrenaba en nuestro país una inquietante pieza iraní de terror psicológico llamada “Una chica regresa a casa sola de noche” (Ana Lily Amirpour, 2014). En ella el enigma sobre el personaje central se iba construyendo con pequeños indicios que trazaban una línea muy fina entre lo real y lo fantástico, hasta que finalmente terminaba inclinando la balanza a favor de esto último. Un poco en esta tesitura pretende instalarse la producción canadiense que se estrena esta semana.

“¿Quieres que te cuente una historia?” Estas palabras, así leídas en este párrafo, remiten a un tierno abuelo a punto de contar un cuento para irse a dormir y provocan cierta ternura. Pero escuchadas al comienzo de “!Criaturas nocturnas” de una de las formas más oscuras, , espeluznantes que el género recuerde en mucho tiempo, causan escalofríos que se subrayan ante primer plano de Papi (Brad Dourif), cuyo perfil queda recortado en ese ambiente lúgubre y oscuro. La historia que le cuenta a Anna (Bel Powley) es tan macabra que no extraña verla aterrorizada. El objetivo es lograr que ese miedo operante en la niña sirva de anclaje a esa suerte de celda en la cual está confinada. Está claro que Papi pretende que la niña nunca salga de allí. El primer tercio transcurre en esta atmósfera muy bien instalada por el berlinés Fritz Böhm. Su opera prima cuenta con elementos narrativos que sin volverse gráficos construyen una enorme intriga alrededor de esta situación, jugando a una saludable dualidad ya que no sabemos si lo que Papi cuenta es o no cierto. De no serlo estaríamos frente a uno de esos casos de secuestro familiar al estilo Josef Fritz y también eso funciona. El afuera construido desde adentro resulta casi un personaje más a fuerza de planos abiertos, cerrados y la utilización de los silencios mezclado con sonidos naturales.

Anna crece de niña a adolescente viviendo bajo el yugo de lo incierto. Su primera menstruación bien podría ser un punto de giro ya que todo cambiará a partir de ese momento. Aquí el trabajo de Bel Powley resulta fundamental y realmente se pone la situación al hombro, acompañada de éste gran actor, Brad Dourif, de quien recordamos fabulosos trabajos, como uno de los internados en “Atrapado sin salida” (Milos Forman, 1975), o aquél despreciable alguacil de “Mississippi en llamas” (Alan Parker, 1988), por mencionar sólo un par de papeles secundarios en su extensa carrera.

Hasta ahí las flores. El primer tercio. Luego, lenta e inevitablemente, la cosa se va desmadrando en un guión que no logra mantener la vara de su propia propuesta. Se va alejando de todo lo armado hasta ese momento, casi negándolo. Abandona a su suerte no sólo al personaje central exponiéndolo al mundo externo a partir de un suicidio que sale mal (¿?!), sino también a los pocos personajes secundarios, incluida una Liv Tyler haciendo de policía comprensiva, y una historia de amor sumada a otra de “pertenencia a una especie” que no tienen sustento dramático ni generan interés mayor.

Al cometer ese despropósito injustificado todo deja de importar. El espectador se ve expuesto a la ejecución de lo escrito, nada más. Un manual básico de este tipo de producciones que puesto en valor sólo deja ver una metamorfosis vacía y sin sustento. En lugar de inclinar la balanza con paciencia para atravesar esa línea fina de la cual hablábamos en la referencia del principio, Fritz Böhm decide patear el tablero y cambiar hasta de público, dirigiendo su película a los adolescentes fanáticos de la saga Crepúsculo y otras por el estilo. Los diálogos que podían antes formar parte de ese universo, suenan ridículos y mueven a risa. Lo mismo sucede con las impostaciones gestuales, los efectos especiales, y el resto de la producción.

No será lo último de todos modos. El realizador tiene el tupé de instalar todo para una continuación en una escena final tan predecible como burda. La harán seguramente. Y la van a estrenar, aunque para entonces los espectadores que hayan visto la primera todavía permanezcan en la butaca tratando de quitarse la expresión de incredulidad