Creed: corazón de campeón

Crítica de José Tripodero - A Sala Llena

Bajo la misma estrella.

Luego de seis películas de la saga Rocky, se podía presumir que una séptima no iba a ofrecer novedades en ningún aspecto sino todo lo contrario: un rejunte de todos los rasgos característicos que hicieron de este Balboa un héroe social que atravesó todas las etapas del hombre común en busca de algún tipo de gloria. A veces el cine (y la industria) sorprende y nos ofrece rarezas como Creed, un drama que encuentra sus propios atributos para adosárselos a una serie que parecía anquilosada en la nostalgia, en especial de la primera película, la más lograda en muchos sentidos. El comienzo plantea dos cuestiones que marcan la idea del director Ryan Coogler (el mismo de la genial Fruitvale Station): en primer lugar, la esencia del personaje Adonis Creed (hijo extramatrimonial del legendario boxeador Apollo Creed), durante su niñez peleando literalmente para sobrevivir en un mundo que lo dejó huérfano, pero también se presenta, al mismo tiempo, la estrategia visual de un director preocupado por ser más fiel a un estilo propio -el cual está en formación- y no tanto a la saga.

“Cuando es rebotado del gimnasio que vio nacer a su padre, Adonis recurre a Rocky Balboa, ahora un hombre dedicado a vivir para pagar las cuentas de su restaurant, alejado completamente del boxeo”. Más allá de la presentación de Rocky / Stallone, Coogler nunca desvía su foco narrativo de la historia del joven aspirante. El relato parece ser un recomienzo -con ligeras variaciones- de la historia de Rocky, aunque aquí la situación de Adonis es opuesta a la que vivía el “semental italiano” en sus comienzos porque si bien se trata de un búsqueda de gloria, es un intento por lograr un legado propio. El mayor mérito de Creed se halla en la arquitectura visual porque si bien parece familiar este “camino del héroe” se deja de lado lo que es el pastiche pop de las películas menos agraciadas de la saga, en especial la tercera parte, que incluía a dos caricaturas como Mister T -en la piel de villano- y el luchador Hulk Hogan.

Cuando en la industria más snob, preocupada por hacer algún tipo de cine autoral, se priorizan el sufrimiento extremo, el elemento más valioso de su tabla periódica, aparece la sorpresa de una historia refaccionada sobre la base angular visual de un cine que puede resultar ajeno a una serie ya aplomada (y hasta casi extinta). Hay un reacomodamiento del exceso de sentimentalismo que tenía la correcta Rocky Balboa (2007) bajo la estrategia de una sobriedad dialogal, limitándose a ofrecer un par de escenas conmovedoras (la de las motos y cuatriciclos especialmente que viene a reemplazar la famosa escena de las escalinatas).

Incluso las peleas tienen una tensión particular, la primera de ellas por el uso inteligente del plano secuencia que incluye paneos y ausencia de subjetivas (esa falsa idea que se pretende vender sobre “vivir lo que vive el personaje”) porque su uso emula el registro documental de una lucha boxística. Creed es la síntesis de lo mejor de la serie y es, a la vez, un film de rasgos novedosos que le permiten desprenderse y tener, como el protagonista, su propio legado en caso de querer encarar una saga nueva, lo cual por los números de la taquilla internacional es algo que seguramente sucederá.